
Curiosa por naturaleza, Sofía no pudo resistir la tentación y caminó lentamente hacia la base de aquellas escaleras. Alzó la vista y descubrió un ligero destello de luz escapando por las juntas de la puerta que coronaba el último escalón. Respiró hondo, giró su cabeza y observó el pasillo que dejaba a su espalda. Había “profanado” una zona del hogar de Camilo que él no le había mostrado ni comentado. Aquello debía significar algo, algo como que a él probablemente no le iba a gustar saber que ella había merodeado por allí.
De pronto, cuando arrepentida, se dirigía sobre sus propios pasos a la zona conocida de la casa, se percató de un sonido vibrante y profundo que provenía de la parte superior de la escalera. Notas graves y sostenidas, lentas, profundamente tristes... o sensualmente eróticas. Y el estado en que se encontraba tras haber rememorado su fantasía ante aquel cuadro la situaba irremediablemente en el segundo sentir.
Dudó. Quería subir, abrir esa puerta, descubrir el misterio. Pero no podía. Sentía estar traicionando la confianza de Camilo al inmiscuirse en su intimidad. No, no podía hacerlo, pero tampoco podía quedarse con la duda de qué habría allí arriba. Al fin y al cabo, si tan prohibida fuera la estancia, ¿acaso no estaría fielmente cerrada, de modo que nadie, salvo su dueño, pudiera acceder a ella? Aquel razonamiento terminó por convencerla y se dispuso a subir aquellos escalones, curvados, estrechos y altos, en dirección a aquella misteriosa puerta.
Era música. Aquel sonido era música. Notas de piano resonando en un recinto pequeño y cerrado. Notas cálidas...
Empujó muy suavemente la puerta, que se abrió sin problemas al contacto de la mano izquierda de Sofía. A cada instante se le revelaba una visión más nítida de aquella habitación. Paredes claras, iluminadas por la luz de velas y la chimenea.... En la pared derecha, un enorme mural, un fresco que mostraba el rostro de una mujer, bella e inquietante. Un busto desnudo que colocaba su mano derecha sobre su cuello y escote, reposando, como acariciándose a sí misma. Con la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda y hacia el suelo, los ojos cerrados y el cabello cayendo sin orden sobre sus hombros.
Sofía terminó de abrir la puerta. Al fondo de la estancia, el piano. Sobre él, dos velas medio consumidas eran las que ayudaban a iluminar el recinto. Y frente al piano, Camilo, con el torso descubierto y descalzo, tocando pausadamente. Sonidos aislados, notas sin continuidad, simplemente disfrutando del tono de cada una de ellas resonando en la tranquilidad de la noche.
Una enorme alfombra recibió los pies desnudos de Sofía. Era suave y acogedora. Cálida. Muy sensual.
De pronto, cuando arrepentida, se dirigía sobre sus propios pasos a la zona conocida de la casa, se percató de un sonido vibrante y profundo que provenía de la parte superior de la escalera. Notas graves y sostenidas, lentas, profundamente tristes... o sensualmente eróticas. Y el estado en que se encontraba tras haber rememorado su fantasía ante aquel cuadro la situaba irremediablemente en el segundo sentir.
Dudó. Quería subir, abrir esa puerta, descubrir el misterio. Pero no podía. Sentía estar traicionando la confianza de Camilo al inmiscuirse en su intimidad. No, no podía hacerlo, pero tampoco podía quedarse con la duda de qué habría allí arriba. Al fin y al cabo, si tan prohibida fuera la estancia, ¿acaso no estaría fielmente cerrada, de modo que nadie, salvo su dueño, pudiera acceder a ella? Aquel razonamiento terminó por convencerla y se dispuso a subir aquellos escalones, curvados, estrechos y altos, en dirección a aquella misteriosa puerta.
Era música. Aquel sonido era música. Notas de piano resonando en un recinto pequeño y cerrado. Notas cálidas...
Empujó muy suavemente la puerta, que se abrió sin problemas al contacto de la mano izquierda de Sofía. A cada instante se le revelaba una visión más nítida de aquella habitación. Paredes claras, iluminadas por la luz de velas y la chimenea.... En la pared derecha, un enorme mural, un fresco que mostraba el rostro de una mujer, bella e inquietante. Un busto desnudo que colocaba su mano derecha sobre su cuello y escote, reposando, como acariciándose a sí misma. Con la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda y hacia el suelo, los ojos cerrados y el cabello cayendo sin orden sobre sus hombros.
Sofía terminó de abrir la puerta. Al fondo de la estancia, el piano. Sobre él, dos velas medio consumidas eran las que ayudaban a iluminar el recinto. Y frente al piano, Camilo, con el torso descubierto y descalzo, tocando pausadamente. Sonidos aislados, notas sin continuidad, simplemente disfrutando del tono de cada una de ellas resonando en la tranquilidad de la noche.
Una enorme alfombra recibió los pies desnudos de Sofía. Era suave y acogedora. Cálida. Muy sensual.
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