Entre el sueño y la realidad (VI)

El se acercó a uno de sus pechos y, a través de las gasas, lo besó, mordió ligeramente y acarició de forma sensual con sus labios. La fue despojando de las telas descubriendo su cuerpo como si nunca lo hubiese hecho antes. Cuando terminó, el perfume emanaba directamente de la piel de ella. El lo aspiró pausada y profundamente. No pudo resistir la tentación de quedarse ahí mirándola. De recorrer sus curvas femeninas con ademán de poseerla intensamente pero alargando el momento infinitamente. Ella parecía sentir la tensión que se acumulaba en el interior de él. Ella deseaba que la tomara, la hiciese suya, que le arrebatase toda voluntad para no sentir otra cosa más que la de él poseyéndola. Expuesta y desnuda notaba como la mirada de su deseado recorría cada centímetro de su piel. Sin mediar palabra la bebió lentamente por los hombros y, lleno de excitación, la acariciaba la espalda y los brazos. Quiso saborearla y su boca acalló un gemido.
-“Así deberías estar siempre.” Le susurró.
-“¿Cómo?” le preguntó ella abstraída e inmovilizada por la magia. -“Así, desnuda, maravillosa, trémula” y un tremendo arrebato hizo que llevara de nuevo los labios a sus pechos y, estrujándolos con las manos cómo si del manantial de la vida se tratara, hundió en ellos toda su pasión. Ella exhala -“Oh, mi niño” y el contesta -“eres tan deliciosa, te deseo tanto”.
Entre apasionados besos se despojó del pantalón mientras ella le abría la camisa. La asió por las axilas y con un movimiento rápido y seco, tremendamente fuerte como era, la posó a horcajadas sobre sus propias caderas y, sujetándola por las nalgas, así mismo, de pie, comenzó a hacerle el amor. Ella se sintió atravesada y su boca se abrió hacía el techo a la vez que sus ojos se cerraron con fuerza, pero no emitió ni un sonido. Con sus brazos en tensión, la subía y la bajaba con ritmo pausado. Ella se sujetaba con ambas manos en la nuca de él. El pudor fue devorado, más que por gemidos, por gritos de liberación. La penetró profundamente. Ambos estaban pletóricos, dispuestos a acabarse el uno al otro.