
Primero depositó un suave beso en los pliegues de mi sexo. Sentí su respiración caliente. Fue como una descarga eléctrica. Me agarró las caderas, como pidiéndome que no me moviera y me tranquilizara, y volvió a besarme, pero esta vez recreándose más, casi chupándome. Fue como un beso de boca, pero en mi más intima privacidad. Era como lo hacía Carlos, pero más caliente, su lengua era como más blanda y húmeda. Empezó a pasear su lengua, lamiendo de arriba a abajo, sin apenas abrirla, hasta que deslizó su mano entre mis piernas, separó los labios de mi vulva y empezó a lamer más adentro. Notaba que estaba empezando a formarse un orgasmo dentro de mí, que quería correrme, pero también notaba una especie de bloqueo que me lo impedía. Ella se aplicó, a más velocidad, pero por mis gemidos nerviosos creo que se daba cuenta de que no conseguía llegar. Bajé la vista, y vi cómo ella levantaba la mirada, para ver cómo reaccionaba. Creo que se dio cuenta de mi bloqueo, porque cambió el ritmo. Y porque con sus dedos abrió la capuchita que cubre mi clítoris, pasando primero su pulgar por mi pepita húmeda, y luego lamiéndomela. Esto supuso otro acelerón en mí, pero seguía sin poder correrme, y empezaba a desesperarme, a gemir como si fuera a empezar a llorar. Entonces Sandra, acelerando aún más el ritmo, introdujo dos de sus dedos en mi coño, empezó a hurgar por la pared frontal de mi interior, y empezó a imprimir un ritmo de mete y saca que acompañaba sus lametones y sus succiones en mi clítoris.
Y ahí empezó todo, o acabó todo, no lo sé… Me corrí. Me corrí sin limitaciones, perdí durante unas décimas de segundo la noción de dónde estaba, de lo que estaba haciendo, de quién me lo estaba haciendo. Cuando volví, me doblé, sentándome, tomé a Sandra de la cabeza y la besé, en la boca, profundamente. Al instante me di cuenta de lo que estaba haciendo (Carlos me ha dicho varias veces que a las putas no les suele gustar que las besen en la boca: en los labios, sí, pero no en la boca), y me separé, cortada. Sandra se dio cuenta de lo que pensaba, sonrió, me tomó ella también de la cabeza y ahora fue ella la que me besó: en la boca, con lengua, más brevemente, pero con lengua. "Lo… lo siento…", balbuceé. "No me pidas perdón…", dijo mientras se ponía donde yo había estado, y se tumbaba: "no me pidas perdón, y cómeme a mí….".
Se tumbó, despatarrada, con las piernas abiertas. Me quedé mirándola, y ella me hizo una señal con el dedo en dirección a su sexo: "Abajo". Torpemente, metí mi cabeza entre sus piernas. Empecé a besar sus muslos, a ir acercándome a su coño beso a beso, lametón a lametón. A ella parecía gustarle. Cuando llegué al momento cumbre, pensé: qué demonios, soy una mujer, y sé lo que me gusta que me hagan. Cuántas veces había lamido así en mis fantasías, que no debería resultarme tan difícil hacerlo de verdad. Así que empecé a lamerla, a separar sus labios con mis pulgares y a intentar introducir mi lengua lo más hondo que me fuera posible. Es decir, darle lo que a mí me gustaba recibir.
Sandra estaba húmeda, y eso me agradó, me excitó, y me dio ánimos para seguir. Estaba por el buen camino y ella, puta o no puta, profesional o no, estaba excitada. Bien. Creo que a partir de ese momento ya fui yo misma. Era cuestión de coger ritmo, y lo cogí rápido: la lamí la conchita mientras le masturbaba el clítoris con el pulgar, le metía los dedos (tres) a ritmo mientras le chupaba el clítoris, y al final le hice algo que a mí me encanta: tamborileé mi pulgar sobre su clítoris, dándole pequeños golpecitos. A ella también le gustaba. Me puso la mano en la cabeza y me obligó a que siguiera chupándola: pude ver que estaba a punto de correrse y que quería hacerlo con mi lengua en su sexo. Aumenté el ritmo hasta que empezó a agitar el cuerpo, así que apoyé mi peso, mi cabeza sobre ella para impedir que se moviera, e incluso (ya envalentonada) me atrevía a darle unos pequeños pellizcos en las nalgas. Su gemidito al recibir el primero me hizo ver que iba por buen camino… y que en el fondo, las mujeres sabemos cómo nos comportamos las mujeres. Ahí estaba yo, tumbada sobre la pequeña Sandra, comiéndomela como un bocado erótico. Parecía una minúscula hembra devorada por una loba gigante.
Exhaló un gemido de placer, y relajó su cuerpo. Se había corrido. Seguí lamiéndola, ahora más lentamente y sacándole los dedos de dentro, y ella ronroneó como una gata. Al cabo de un instante, nos miramos, y de modo cómplice, coincidimos llamando: ¡Carlos!, de manera insistente. Giré la cabeza, y le vi llegar, con el pantalón a media asta, la polla enorme, como no recordaba habérsela visto nunca de hermosa y brillante.
Y ahí empezó todo, o acabó todo, no lo sé… Me corrí. Me corrí sin limitaciones, perdí durante unas décimas de segundo la noción de dónde estaba, de lo que estaba haciendo, de quién me lo estaba haciendo. Cuando volví, me doblé, sentándome, tomé a Sandra de la cabeza y la besé, en la boca, profundamente. Al instante me di cuenta de lo que estaba haciendo (Carlos me ha dicho varias veces que a las putas no les suele gustar que las besen en la boca: en los labios, sí, pero no en la boca), y me separé, cortada. Sandra se dio cuenta de lo que pensaba, sonrió, me tomó ella también de la cabeza y ahora fue ella la que me besó: en la boca, con lengua, más brevemente, pero con lengua. "Lo… lo siento…", balbuceé. "No me pidas perdón…", dijo mientras se ponía donde yo había estado, y se tumbaba: "no me pidas perdón, y cómeme a mí….".
Se tumbó, despatarrada, con las piernas abiertas. Me quedé mirándola, y ella me hizo una señal con el dedo en dirección a su sexo: "Abajo". Torpemente, metí mi cabeza entre sus piernas. Empecé a besar sus muslos, a ir acercándome a su coño beso a beso, lametón a lametón. A ella parecía gustarle. Cuando llegué al momento cumbre, pensé: qué demonios, soy una mujer, y sé lo que me gusta que me hagan. Cuántas veces había lamido así en mis fantasías, que no debería resultarme tan difícil hacerlo de verdad. Así que empecé a lamerla, a separar sus labios con mis pulgares y a intentar introducir mi lengua lo más hondo que me fuera posible. Es decir, darle lo que a mí me gustaba recibir.
Sandra estaba húmeda, y eso me agradó, me excitó, y me dio ánimos para seguir. Estaba por el buen camino y ella, puta o no puta, profesional o no, estaba excitada. Bien. Creo que a partir de ese momento ya fui yo misma. Era cuestión de coger ritmo, y lo cogí rápido: la lamí la conchita mientras le masturbaba el clítoris con el pulgar, le metía los dedos (tres) a ritmo mientras le chupaba el clítoris, y al final le hice algo que a mí me encanta: tamborileé mi pulgar sobre su clítoris, dándole pequeños golpecitos. A ella también le gustaba. Me puso la mano en la cabeza y me obligó a que siguiera chupándola: pude ver que estaba a punto de correrse y que quería hacerlo con mi lengua en su sexo. Aumenté el ritmo hasta que empezó a agitar el cuerpo, así que apoyé mi peso, mi cabeza sobre ella para impedir que se moviera, e incluso (ya envalentonada) me atrevía a darle unos pequeños pellizcos en las nalgas. Su gemidito al recibir el primero me hizo ver que iba por buen camino… y que en el fondo, las mujeres sabemos cómo nos comportamos las mujeres. Ahí estaba yo, tumbada sobre la pequeña Sandra, comiéndomela como un bocado erótico. Parecía una minúscula hembra devorada por una loba gigante.
Exhaló un gemido de placer, y relajó su cuerpo. Se había corrido. Seguí lamiéndola, ahora más lentamente y sacándole los dedos de dentro, y ella ronroneó como una gata. Al cabo de un instante, nos miramos, y de modo cómplice, coincidimos llamando: ¡Carlos!, de manera insistente. Giré la cabeza, y le vi llegar, con el pantalón a media asta, la polla enorme, como no recordaba habérsela visto nunca de hermosa y brillante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario