lunes, noviembre 20, 2006

Lágrimas traicioneras


El bordeaba los 50 años, de contextura más bien gruesa, peinaba canas, ojos cafes, no se consideraba atractivo, pero según se lo habían manifestado, no eran pocas las mujeres que lo encontraban interesante, por su mirada profunda, su hablar pausado y su voz de tono agradable. Sin embargo sufría de muy baja autoestima, producto de una educación apegada a valores muy tradicionales y a una madre muy estricta y golpeadora.
Se había casado muy joven, a los 21 años recién cumplidos, ella era muy tierna, pero
con una muy mala educación, sin espíritu de superación, más bien floja, descuidada en su presentación personal, y hasta desaseada, pero ambos se habían enamorado con esa fuerza que da el desorden hormonal de la juventud.
Nunca le había sido infiel, y recordaba muy pocos momentos de real pasión y entrega con ella. Así no era raro que siempre fantaseara con amigas o conocidas que le hacían vibrar, pero nunca logró concretar nada con ninguna, más que nada por su exacerbada timidez, la que le hacía abortar cualquier impulso que sintiera.
Con motivo de un trabajo temporal, un día la conoció, era todo lo que él había soñado. Un cuerpo tallado a mano, con unas curvas sinuosas, lejos, muy lejos de las regordetas formas de su esposa, con una sonrisa generosa, joven y bonita, un pelo negro y largo que lucía hasta media espalda, un andar gatuno que le enloqueció, unos labios pequeños e invitadores, unas cejas que le hacían pensar en su pubis, frondoso y ensortijado. Su frescura le hipnotizaba, pasaba horas mirándola; para ella, él no le era indiferente y se le insinuaba de diferentes formas, compartían un solo camarín para cambiarse de ropa antes de salir a trabajar a atender público, varias veces, ella se cambiaba de ropa, frente a él, sin mayor pudor, él solo la miraba, incluso en mas de alguna oportunidad, ella le preguntaba coqueta:
¿te gustan mis cuadros?, mostrándole sus mini tangas, y luciendo sus largas y lindas piernas, él sólo se ruborizaba y nada respondía. Pero luego al atardecer, cuando él se había hecho mil ideas y envalentonado, y se ofrecía a llevarla hasta su casa, ella le decía que no, que tenía otras cosas que hacer. Ese juego cruel de ella, lo tenía loco. Pensó dejar a su esposa muchas veces, pensó en ser infiel tantas otras.
Ese día, a ella se le rompió el cierre de su traje, y quedó prisionera del mismo, con el cierre trabado a medio camino, sin poder ni subir ni bajarlo. Estaba claro que no podía atender público con el cierre así, y no podía sacarse el traje para mandar a repararlo ya que el dichoso cierre no lo permitía. Le pidió ayuda a él, quién trató de bajar el pequeño mecanismo con manos temblorosas y torpes por el nerviosismo casi de adolescente que le producía estar tan cerca de ella y a medio vestir. Sus intentos lo único que lograron fue abrir el cierre por debajo del carro, hasta sus rosados y pequeños calzones, pero no bajaba ni un centímetro, ella con una cara mezcla de angustia y picardía le pidió que le sacara el traje como pudiese. Logró sacarle la parte superior del traje tipo buzo de mecánico, pero sin brazos y sin espalda, pasando la parte del cuello por sobre su cabeza, rozando y oliendo ese pelo negro y largo, con olor a manzana que le llegaba a lo mas profundo de su ser, y logró bajar el traje hasta su pequeña cintura, dejando a la vista, unos sostenes minúsculos, de media copa que mas que sostener, resaltaban la redondez y turgencia de esos senos preciosos que él deseaba besar y acariciar, pero que mantenía a unos respetables 20 centímetros de su cara. Sus caderas amplias impedían que el traje bajase mas allá de esas deliciosas curvas, ella se ponía cada vez mas nerviosa, la hora de atención al público se acercaba ya cada vez mas de prisa, y debía concurrir, si no se lo descontarían. El ya no sabía que mas hacer, una muy fuerte excitación ya se hacía notar en su pantalón, ella le dijo imperiosa:
¡Bájalo como puedas!.
El, muy obediente, tomándola por la cintura, la situó frente a si mismo, muy juntos, rodeó su cintura y puso sus manos suavemente en los glúteos de ella, por debajo del traje. Sus manos parecían querer derretir la piel de ella. Ya ni respiraba, anhelante y palpitante como estaba, como si no quisiera romper ese contacto de supremo éxtasis. Ella, dejaba hacer y trataba de ayudar, moviendo sus caderas, en un movimiento muy sensual. El comenzó a presionar con sus manos hacía si, hundiendo sus dedos en el suave, blando y deleitoso trasero, para hacer espacio para que bajase el traje. Así, la mini tanga comenzó a bajar junto al traje, muy lentamente. Cuando él se percató de aquello, cortésmente le pidió que se afirmara la mínima prenda para que no bajase junto al traje.... y debió parar. Sintió que entre sus piernas, ese sólo encuentro supremo de sus pieles y las mil imágenes retenidas en esos breves instantes, había hecho erguirse su herramienta atormentada. Estuvo a punto de acabar, con solo tener en sus manos ese trasero joven, pulcro, rosado y misterioso, perfumado a mil manjares. Una vez más se repuso.... y terminó de bajar el traje, quedando ella sólo vestida con sus diminutas prendas. Allí emergió ella, en su magnificente desnudez. Su piel perfecta, sus formas maravillosas, y mirándolo en dos segundos interminables, como en un acto de entrega formal y sutil.
No pasó nada más. En realidad si, él volvió a su casa aquella noche, miró a su esposa, que yacía en el lecho. Le besó tiernamente en la frente, y se durmió con lágrimas traicioneras en los ojos, pero con una sonrisa de satisfacción.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué relato caballero!!! los detalles, las descripciones... realmente un lujo leerlo...
Besitos cachonditos y amanecidos

Caballero Audaz dijo...

Cachondita, tu visita me produce tanto placer como leer tus relatos. Gracias