jueves, septiembre 15, 2005

El jardin de las delicias (cap. XI)


Y Sofía perdió el sentido, la compostura... perdió el rumbo, y no le importó. Sólo quería sentir lo que aquel hombre le había provocado. Gimió, gritó, pronunció su nombre mientras su cuerpo aumentaba de temperatura, y una increíble sensación de placer recorría su piel, sus músculos... sus sentidos... Y cuando aquella oleada hubo menguado, acercó a Camilo a sus labios, quería degustar su propio sabor de los labios de él... Y se besaron profundamente... Pero ella sabía que el mayor placer que se puede experimentar es el de ver a la otra persona disfrutar contigo, y ahora le tocaba a él... Seguía increíblemente excitado, y ya no le quedaban lugares en el cuerpo por besarla, ni zonas sin acariciar... Sofía se incorporó y lo tendió en el suelo, boca arriba... Era el momento de sentirlo dentro... Y se colocó sobre él, sentada a horcajadas, inclinada sobre él y apoyando sus brazos a ambos lados, de modo que sus cuerpos quedaban separados pero con un ligero contacto, muy sensual, a cada movimiento que ella realizaba... Y acercó su sexo al de él, sintiendo su potencia, su dureza. Y lo acarició a su vez con su propio sexo, moviendo sus caderas, dejando que poco a poco se fueran acoplando el uno al otro. Hasta que Camilo, casi sin respiración, le suplicó que lo montara, que fuera ella quien lo hiciera. Entonces Sofía, colocando su cuerpo erguido, tan sólo unidos por aquella pequeña zona, levantó ligeramente sus caderas, buscando que entrara del todo en ella. Y sintió cómo aquella verga candente, dura y húmeda, entraba casi milímetro a milímetro, dilatando aún más su vagina... A Sofía le encantaba esa sensación, sentirse llena. Permanecían quietos ambos. Sólo ella comenzó a mover sus músculos internos, presionando rítmicamente y con una sabiduría natural, la endurecida virilidad de Camilo, al tiempo que él acariciaba los muslos y la miraba a los ojos.

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