martes, septiembre 06, 2005

El jardin de las delicias (cap. V)


Porque, para empezar, aquello no era una habitación, sino un breve pasillo. En la pared del fondo una luz muy tenue iluminaba mínimamente la escena. Sobre las paredes, y a cada lado, colgaban cuatro láminas enmarcadas, asombrosamente equidistantes entre sí, el techo y el suelo, en perfecta geometría. Pero lo más extraño es que las láminas reproducían, todas ellas, y con una sorprendente precisión, la misma obra pictórica. Un tríptico que Sofía reconoció al instante. Una pintura que, desde muy pequeña, había despertado en ella una fascinación que rozaba lo obsesivo. Era “El jardín de las delicias” de El Bosco.
Sofía conocía la interpretación más difundida de la obra: al exterior, el tercer día del Génesis, como preludio: al interior, en la hoja a la izquierda, la creación de Eva, el suceso base de los males del mundo: en el centro, la representación de los pecados carnales: a la derecha, el castigo, el infierno.
Era una genial coincidencia, pero esa imagen siempre le había intrigado, y también curiosamente, se describía detalladamente en una hermosa enciclopedia que guardaba entre sus posesiones mas preciadas. En sus frecuentes hojeadas a ese libro, Sofía podía contemplar el conjunto durante horas. Eso sí, era su tabla central la que acaparaba la mayor parte de su atención. Una escena con cientos de personajes, animales, frutos de tamaños desmesurados, hombres y mujeres, todos desnudos, entregándose febrilmente a todo tipo de placeres sexuales. La lujuria lo invade todo, no hay niños, sólo adultos muy pálidos con algún negro para contrastar.
Jamás lo había confesado a nadie, pero en alguna ocasión, ciertas escenas en clave orgística de la pintura habían llegado a excitarla realmente, forzándole a menudo a rememorar una fantasía recurrente…
En esta fantasía Sofía siempre se hallaba invariablemente boca abajo, hacia el extremo de una cama. Completamente desnuda a excepción de una sugerente tanga de encaje de color rojo, piernas y brazos soportando el peso de su espalda, arqueada hacia abajo, haciendo sobresalir, una de las partes más apreciadas de su esbelta anatomía: su hermosa redondez posterior.
Pero evidentemente, no estaba sola en aquella fantasía. Un hombre junto a ella, con el torso desnudo, le susurraba cosas al oído y le acariciaba su cabello que en parte reposaba sobre su espalda, y en parte caía hacia la cama.
Poco a poco, aquel hombre hacía que Sofía se excitara de forma creciente… con un dedo acariciaba sus labios mientras ella entreabría los mismos para dejarle sentir la humedad de su lengua… luego, con ese mismo dedo húmedo, rozaba sus pezones, que se endurecían inmediatamente por el contraste de temperaturas, se recreaba en los mismos durante unos instantes y muy suavemente continuaba con la base de sus pechos, utilizando ya todos los dedos de su mano…
Entonces le decía, “Quiero ver cómo te tocas”…
Y ella obedecía…
Primero separaba un poco más las piernas, luego humedecía tres de sus dedos introduciéndolos en su boca, para después dejar caer el peso sobre uno de sus brazos, deslizando el otro por debajo de su cuerpo, hacia su entrepierna.
No introducía sus dedos por la parte superior de la tanga, sino que apartaba la tela del mismo allí donde la prenda comenzaba a estrecharse e iniciaba unas caricias superficiales, hasta que humedecía la entrada y lograba entreabrir aquellos otros labios, consiguiendo así acceso a la parte más sensible de su carne.
Después, como de costumbre, alternaba movimientos… longitudinales, introduciéndose un dedo para luego extraerlo y recorrer con el mismo todo el camino hasta el pequeño botón que le desataba sus goces solitarios, lubricándose con sus propios jugos… y circulares, entreabriendo los labios con los dedos índice y anular y estimulándo allí, justo allí, con el del corazón…
Sentirse observada la excitaba aún más, y ese hombre lo hacía, e incluso le murmuraba al oído con aquella voz extraordinariamente sensual que siguiera… que siguiera hasta que le temblaran las piernas.
Llegado el momento, una de sus manos comenzaba a recorrer su espalda con la palma de la mano hasta llegar a la parte superior de la tanga, dejaba pasar un dedo por debajo de la delgada tira y acariciaba sus redondas curvas siguiendo la línea de la tela, hasta pararse y terminar con un suave masaje circular, ascendente y descendente, que se tornaba en ligeramente enérgico.
Y cuando sentía que su propio jugo le derramaba ya entre los dedos… era absolutamente consciente de que, desde ese momento, era capaz de cualquier cosa.
Y aquel hombre de la fantasía lo sabía.
Por eso, acto seguido, y sin mediar palabra, se desprendía de los pantalones, se colocaba de rodillas muy cerca del rostro de ella, insertaba una de sus manos en sus jeans ajustados, extraía su dureza tremendamente erecta, y la situaba a medio centímetro de la boca de Sofía. Ella sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Echaba el peso ligeramente hacia delante para recorrer esa distancia mínima que separaba sus labios de la virilidad, y lo introducía en su boca, cerrando los labios alrededor, jugueteando con su lengua, mientras él se deslizaba dentro de ella con suaves movimientos rítmicos.
Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm…
Sofía se sentía absolutamente colmada… Y le encantaba. Y él comenzaba unas lentas embestidas. Y ella, que continuaba tocándose, se encontraba cada vez más excitada, más descontrolada, más exquisitamente saciada… y luego, lo inevitable…
Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm….
No tardaba en alcanzar ese punto máximo de excitación que aceleraba sus latidos, terminaba en espasmos por todo el cuerpo y, en fin, la volvía completamente loca y vulnerable. El placer máximo. La felicidad absoluta. Metafísicamente hablando, el sentido de la vida.
Y entonces el hombre desaparecía… y Sofía podía al fin descansar todo su cuerpo sobre la cama. Agotada, absolutamente exhausta… parecía dolerle cada músculo de su anatomía… pero especialmente las piernas, que ya le flaqueaban, y los brazos, de aguantar durante tanto tiempo el peso de su propia espalda… y por supuesto, sus partes más íntimas, que imaginaba fuertemente enrojecidas… y permanecía ahí, inmóvil, hasta conciliar el sueño.
De todo aquello era capaz “El jardín de las delicias”, pensó Sofía, ligeramente turbada – y excitada - por aquéllos pensamientos obscenos… pero en aquel pasillo no solo había cuadros. De hecho, el elemento más inquietante se situaba no en sus paredes sino en el extremo opuesto … se trataba, ni más ni menos, que de una estrecha y empinada escalera de caracol que ascendía y se perdía en una amplia cavidad construida en el techo del pasillo... Sofía vaciló unos instantes, indecisa. Y ahora, ¿qué debía hacer?

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