
Poco a poco el ritmo comenzó a avivarse. Ella movía sus caderas en círculos, permitiendo entradas y salidas casi totales, lo que provocaba a ambos un enorme placer. Se ajustaban sin problemas el uno al ritmo del otro, se comunicaban sólo con jadeos y gemidos. Y cuando él estaba a punto de explotar, ella lo frenó. Paró en seco justo en el momento en que él pensaba que ya no había marcha atrás. Pero ella supo contenerlo, alargarlo... Se apartó de él y se sentó de nuevo en la banqueta del piano.
“Quiero ver cómo te masturbas para mí...”
Camilo no hubiera esperado nunca esa reacción en Sofía, y le excitó mucho pensar que, detrás de aquella chica, tan respetable, tan normal... había una mujer lujuriosa que siempre estaría dispuesta a compartir placer con él...
¡Y aquella mirada!... con una media sonrisa falsamente inocente mientras mordía suave sus labios, con las piernas cruzadas, esperando a que él comenzara y cumpliera sus ordenes y deseos...
Camilo lo hizo, no podía negarse... Y lo hizo mirándola directamente, notando cómo se sonrojaba ligeramente mientras él la desafiaba, como quien dice: “Esto es lo que quieres, ¿eh?”... Marcó un ritmo suave para no propiciar un final temprano, concentrándose, más que en la masturbación, en la excitación creciente de ella...
Y Sofía, ansiosa, observando la enhiesta arma que se alzaba entre las manos de su hombre, se puso en pié, de espaldas a él, e inclinó su cuerpo, apoyando sus brazos en la banqueta... exhibiéndole en su máximo esplendor… sus perfectas y firmes nalgas. Él lo entendería... captaría su ofrenda. Lo entendería porque sin duda, lo deseaba tanto como ella.
“Quiero ver cómo te masturbas para mí...”
Camilo no hubiera esperado nunca esa reacción en Sofía, y le excitó mucho pensar que, detrás de aquella chica, tan respetable, tan normal... había una mujer lujuriosa que siempre estaría dispuesta a compartir placer con él...
¡Y aquella mirada!... con una media sonrisa falsamente inocente mientras mordía suave sus labios, con las piernas cruzadas, esperando a que él comenzara y cumpliera sus ordenes y deseos...
Camilo lo hizo, no podía negarse... Y lo hizo mirándola directamente, notando cómo se sonrojaba ligeramente mientras él la desafiaba, como quien dice: “Esto es lo que quieres, ¿eh?”... Marcó un ritmo suave para no propiciar un final temprano, concentrándose, más que en la masturbación, en la excitación creciente de ella...
Y Sofía, ansiosa, observando la enhiesta arma que se alzaba entre las manos de su hombre, se puso en pié, de espaldas a él, e inclinó su cuerpo, apoyando sus brazos en la banqueta... exhibiéndole en su máximo esplendor… sus perfectas y firmes nalgas. Él lo entendería... captaría su ofrenda. Lo entendería porque sin duda, lo deseaba tanto como ella.
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