
Canturreó una canción y olvidó al resto del mundo. Una vez lista se mira al espejo. Repasa centímetro a centímetro su cara y su cuerpo, regocijándose: “Estoy perfecta para él”. Se acaricia las mejillas, el pecho, el vientre y los muslos. Se viste con delicadas gasas y, a través del espejo, repara en su forma de mujer que se dibuja tras las ligeras vestimentas, en los cambios de color y sombras que producen las diferentes partes de su cuerpo. Vuelve a pensar en él rendido a sus encantos. Por último, abandona su mente a la espera, embriagada por su propio erotismo. Feliz pero ansiosa.
Despertó envuelta en penumbra y una leve brisa rozaba su frente. Las paredes estaban como forradas de una niebla en constante movimiento que ni venía ni iba a ninguna parte. El sofá, donde estaba recostada, le parecía una nube en la que flotaba relajadamente. La ventana estaba difuminada por una intensa luz atrapada en la cortina irreal de la neblina. Sonrió. Se incorporó y sus pies descalzos acariciaron la alfombra de algodón y lana. El surrealismo de la situación presagiaba lo que estaba a punto de suceder, y ella lo sabía. Iba a reencontrarse con él y sintió deseos de someterse a su voluntad. Recordaba aquella primera vez, aquel glorioso día en el que lo conoció. Recordaba lo nerviosa que se puso cuando por azar se encontraron. Y, por supuesto, recordaba las sensaciones que despertaba en ella y en su cuerpo. La segunda vez que se encontraron fue como ahora, un mundo nuevo, maravilloso, misterioso pero básico. Como en un sueño, pero con la certeza de estar viviendo realmente la experiencia. Él le abrió las puertas de su propio mundo en el cual encontró amor, dulzura y pasión, pero también placeres desconocidos, ciertos dejos de perversión, complicidad y erotismo profundo, entrando a un mundo maravilloso, inexplicablemente bello e inolvidable.
Despertó envuelta en penumbra y una leve brisa rozaba su frente. Las paredes estaban como forradas de una niebla en constante movimiento que ni venía ni iba a ninguna parte. El sofá, donde estaba recostada, le parecía una nube en la que flotaba relajadamente. La ventana estaba difuminada por una intensa luz atrapada en la cortina irreal de la neblina. Sonrió. Se incorporó y sus pies descalzos acariciaron la alfombra de algodón y lana. El surrealismo de la situación presagiaba lo que estaba a punto de suceder, y ella lo sabía. Iba a reencontrarse con él y sintió deseos de someterse a su voluntad. Recordaba aquella primera vez, aquel glorioso día en el que lo conoció. Recordaba lo nerviosa que se puso cuando por azar se encontraron. Y, por supuesto, recordaba las sensaciones que despertaba en ella y en su cuerpo. La segunda vez que se encontraron fue como ahora, un mundo nuevo, maravilloso, misterioso pero básico. Como en un sueño, pero con la certeza de estar viviendo realmente la experiencia. Él le abrió las puertas de su propio mundo en el cual encontró amor, dulzura y pasión, pero también placeres desconocidos, ciertos dejos de perversión, complicidad y erotismo profundo, entrando a un mundo maravilloso, inexplicablemente bello e inolvidable.
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