
Sandra siguió pajeándole, con extremo cuidado de no acelerar el ritmo para que no se corriera. Me miró un instante, dio una palmada en el sofá, y me dijo "ven aquí". Como una autómata, me levanté y me senté a su lado (ella en el centro, Carlos a la derecha, y yo a la izquierda). Me pasó el brazo por el cuello, y me hizo recostar la cabeza sobre su pequeño hombro.
Tenía la mano derecha ya brillante del líquido de mi hombre. Se la acercó a la boca y pasó su lengua coquetamente y con la mirada llena de picardía: me miró, me la enseñó, y me preguntó si quería. Dije que sí, con la cabeza, y también pasé mi lengua por la palma de la mano. Mirándome, besó su palma, humedeciéndo sus labios, me tomó la cabeza por la nuca y me depositó, en un acto de trasgresión total, un pequeño beso en los labios, dejándome todo el sabor de Carlos. La miré a los ojos, sin poder reaccionar, pero Sandra (que, la verdad, me estaba demostrando ser muy, pero que muy puta) empezó a sonreir. "Bueno, chico, tu mujer y yo tenemos que hablar. Tú quédate aquí acabando de ver la película, y luego nos la cuentas". Se reclinó sobre la polla de Carlos, le dió un lametón con la lengua, rodeándole todo el capullo (menos mal que sé que Carlos tiene bastante aguante), y se puso en pie. Me cogió de la mano y me dijo que la siguiera, preguntándome por el pasillo dónde estaba mi habitación.
Llegamos a ella cogidas de la mano. Sandra me dijo que me veía tensa, que me calmara, que no pasaba nada, y la verdad es que ella mismo me lo dijo como no dándole importancia. Como si fuera yo la muñequita, y no ella, me dio la vuelta mientras me hablaba, y me desabrochó la falda y la blusa, tirándolas al suelo. Me quedé en sujetador y braguitas, y debía de tener la cara del mismo color rojo que ambas prendas. Ella siguió como jugando: se subió de pie a la cama ("¡mira, ahora soy más alta!), me rodeó el cuello desde la espalda con sus brazos y empezó a chuparme el lóbulo de la oreja, y a darme pequeños mordisquitos y besitos, y a hablarme bajito al oído. Me decía que no me preocupara, que ahora íbamos a jugar, que ella se encargaba de todo, pero que no fuera tan tonta como para bloquearme y no divertirme. Mientras me hablaba, me desabrochó el sostén, que cayó al suelo, y sus manos pasaron de mi cuello a mis pechos. Los sentía calientes, con los pezones como un dedal de tiesos: si alguna de las dos sabía lo que estaba haciendo, sin duda esa era Sandra.
Me pidió que me diera la vuelta. Ella bajó de la cama, y se sacó el vestido delante de mí, quedando completamente desnuda: las braguitas se las había quitado antes, cuando fue al baño, y no llevaba sostén (no tenía pechos grandes, pero para lo pequeña que era, estaba muy bien formada, y no se veía mal al no llevar sostén). Pero ahora me di cuenta de lo que me había parecido ver antes: estaba completamente depilada.
Mis ojos se quedaron clavados en ese pubis limpio, de apariencia tersa. Yo tengo mi pubis arreglado y lo depilo parcialmente con delicadeza, pues a Carlos le gusta lamerlo y mirarlo con pasión cada vez que me regala sus lametones y caricias profundas. Pero nunca había visto un coño así. Sandra se dio cuenta de mi sorpresa, sonrió, me tomó la mano y se la llevó a su entrepierna. Estaba calentita, tibia, y el tacto fue algo que me sorprendió casi tanto o más como el aspecto. "Te dejo yo a ti si me dejas tú a mi", me dijo, como sacándome de la hipnosis, y acercó el cuenco de la palma de su mano a mi sexo. Lo tomó sobre la braguita, y se pudo dar perfecta cuenta de mi humedad, por encima de la tela. "¡Uf, reina! Estás como un pato…en el agua". Se sentó en la cama, frente a mí, y me bajó la prenda, deslizándomela por las piernas hasta los pies. Me deshice de ella, y Sandra reculó sobre la cama, sin soltarme de la mano, arrastrándome tras ella. Se arrodilló frente a mí, y yo hice lo mismo. Me abrazó, frotándose contra mis pechos, besándome en el escote y en el cuello, y luego sacando la punta de su lengua y lamiéndome brevemente las mejillas.
"Ven", dijo, y me hizo tumbarme boca arriba. Ella se tumbó sobre mí, y hundió su cabeza entre mis senos. Se irguió, y me dijo que me relajara, y me tranquilizara, que la dejara a ella. Empezó a depositar besitos en mi cuello, en mis pechos, en mi estómago, bajando, bajando, hasta que llegó donde me temía que iba a llegar, pero donde esperaba que llegara...
Tenía la mano derecha ya brillante del líquido de mi hombre. Se la acercó a la boca y pasó su lengua coquetamente y con la mirada llena de picardía: me miró, me la enseñó, y me preguntó si quería. Dije que sí, con la cabeza, y también pasé mi lengua por la palma de la mano. Mirándome, besó su palma, humedeciéndo sus labios, me tomó la cabeza por la nuca y me depositó, en un acto de trasgresión total, un pequeño beso en los labios, dejándome todo el sabor de Carlos. La miré a los ojos, sin poder reaccionar, pero Sandra (que, la verdad, me estaba demostrando ser muy, pero que muy puta) empezó a sonreir. "Bueno, chico, tu mujer y yo tenemos que hablar. Tú quédate aquí acabando de ver la película, y luego nos la cuentas". Se reclinó sobre la polla de Carlos, le dió un lametón con la lengua, rodeándole todo el capullo (menos mal que sé que Carlos tiene bastante aguante), y se puso en pie. Me cogió de la mano y me dijo que la siguiera, preguntándome por el pasillo dónde estaba mi habitación.
Llegamos a ella cogidas de la mano. Sandra me dijo que me veía tensa, que me calmara, que no pasaba nada, y la verdad es que ella mismo me lo dijo como no dándole importancia. Como si fuera yo la muñequita, y no ella, me dio la vuelta mientras me hablaba, y me desabrochó la falda y la blusa, tirándolas al suelo. Me quedé en sujetador y braguitas, y debía de tener la cara del mismo color rojo que ambas prendas. Ella siguió como jugando: se subió de pie a la cama ("¡mira, ahora soy más alta!), me rodeó el cuello desde la espalda con sus brazos y empezó a chuparme el lóbulo de la oreja, y a darme pequeños mordisquitos y besitos, y a hablarme bajito al oído. Me decía que no me preocupara, que ahora íbamos a jugar, que ella se encargaba de todo, pero que no fuera tan tonta como para bloquearme y no divertirme. Mientras me hablaba, me desabrochó el sostén, que cayó al suelo, y sus manos pasaron de mi cuello a mis pechos. Los sentía calientes, con los pezones como un dedal de tiesos: si alguna de las dos sabía lo que estaba haciendo, sin duda esa era Sandra.
Me pidió que me diera la vuelta. Ella bajó de la cama, y se sacó el vestido delante de mí, quedando completamente desnuda: las braguitas se las había quitado antes, cuando fue al baño, y no llevaba sostén (no tenía pechos grandes, pero para lo pequeña que era, estaba muy bien formada, y no se veía mal al no llevar sostén). Pero ahora me di cuenta de lo que me había parecido ver antes: estaba completamente depilada.
Mis ojos se quedaron clavados en ese pubis limpio, de apariencia tersa. Yo tengo mi pubis arreglado y lo depilo parcialmente con delicadeza, pues a Carlos le gusta lamerlo y mirarlo con pasión cada vez que me regala sus lametones y caricias profundas. Pero nunca había visto un coño así. Sandra se dio cuenta de mi sorpresa, sonrió, me tomó la mano y se la llevó a su entrepierna. Estaba calentita, tibia, y el tacto fue algo que me sorprendió casi tanto o más como el aspecto. "Te dejo yo a ti si me dejas tú a mi", me dijo, como sacándome de la hipnosis, y acercó el cuenco de la palma de su mano a mi sexo. Lo tomó sobre la braguita, y se pudo dar perfecta cuenta de mi humedad, por encima de la tela. "¡Uf, reina! Estás como un pato…en el agua". Se sentó en la cama, frente a mí, y me bajó la prenda, deslizándomela por las piernas hasta los pies. Me deshice de ella, y Sandra reculó sobre la cama, sin soltarme de la mano, arrastrándome tras ella. Se arrodilló frente a mí, y yo hice lo mismo. Me abrazó, frotándose contra mis pechos, besándome en el escote y en el cuello, y luego sacando la punta de su lengua y lamiéndome brevemente las mejillas.
"Ven", dijo, y me hizo tumbarme boca arriba. Ella se tumbó sobre mí, y hundió su cabeza entre mis senos. Se irguió, y me dijo que me relajara, y me tranquilizara, que la dejara a ella. Empezó a depositar besitos en mi cuello, en mis pechos, en mi estómago, bajando, bajando, hasta que llegó donde me temía que iba a llegar, pero donde esperaba que llegara...
2 comentarios:
ahhh¡¡¡ que sed me dio tu relato, amigo audaz.
Que sed, ni que nada; a mi lo que me dió fué hambre!!!!!!
cuando viene el siguiente capítulo!!!!!
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