Al cabo de un rato, reparé en que, mientras que con una mano Sandra estaba acariciando mi cuello, el lateral de mi pecho, trazando círculos alrededor de mi pezón, con la otra estaba reanimando la polla de Carlos. Cuando ésta alcanzó un tamaño respetable (le costó varios minutos), Sandra dijo que había que aprovechar la noche, y que si teníamos alguna idea en particular. Miré a Carlos y le pregunté que si estaba lo suficientemente excitado. "Lo suficientemente excitado, ¿para qué?", preguntó Sandra, pero Carlos ya sabía a lo que me refería. "¡Arriba!", dijo Sandra, y se levantó. Nos quedamos mirándola, sin saber qué iba a hacer.
Sandra se acercó a su bolso, sacando un pote de crema, derramando una porción en una de sus manos.
Yo empecé a derretirme de ganas y se lo hice saber: apurate. Sandra me hizo poner de cara a la cama y se puso sobre mí, como si fuera un toro follándose a una vaca, y apoyó su cuerpo, sus pechos, sobre mi espalda. Bajó sus manos a mi coño, y con una empezó a masturbarme mientras con la otra empezó a derramar crema sobre mis nalgas, entre medio, recorría cada pliegue, con maestría deliciosa, untando toda mi piel, sentía unas ganas de abrirme toda, ante el avance atrevido de sus dedos ágiles y lubricados. Me besaba la nuca, me magreaba los pechos… hasta que me corrí. Me desplomé sobre la cama. Ella bajó a mi sexo y me chupó, por detrás, concediéndome un orgasmo más.
Mientras me recuperaba, vi que Carlos seguía observándonos, refregando su polla entre sus manos, como un poseso. La visión que nos brindaba era espectacular, corriéndosela a más no poder. Sandra también lo vio. "Carlos… hasta ahora te he tenido muy abandonado… ¿quieres follarme?" Carlos me miró, como pidiéndome permiso, y dijo que sí. "Espera", dijo Sandra, y se levantó. Fue a su bolso (el bolso mágico) y sacó un par de cosas. Una era una cajita de preservativos. La otra, una especie de consolador pequeñito, mucho más delgado y más largo que uno normal. "No te muevas todavía", le dijo. Yo estaba de espectadora. Le puso un preservativo al aparato ese (era una especie de consolador anal), le echó por encima algo más de lubricante, y empezó a introducírmelo por detrás. Me entró con facilidad, por el trabajo previo que ell había hecho con sus gráciles deditos, aunque igual se tomó su tiempo, y me estuvo follando un poco así, metiéndolo y sacándolo. Me enloquecía ese juguete inserto tan viciosamente en mí. Vi como la verga de Carlos daba pequeños saltitos, rebosando aún más líquido. Parecía ya muy preparada. Sandra se dio la vuelta y lamió un poco su verga: Carlos estaba excitadísimo, pero yo sabía por experiencia (y así se lo hice saber a Sandra) que iba a tardar mucho todavía en correrse. "Mejor", dijo ella. Le colocó otro preservativo en la polla, se lo ajustó, y me empujó un poco más el consolador. "Que no se te salga", me dijo. Y se tumbo boca arriba, al lado mío, abriéndose de piernas, al modo tradicional. "Ven a mí", le dijo mostrándole en toda su amplitud, su boquita inferior, depilada y entreabierta. Anhelante.
"Espera", le dije. Se me había ocurrido algo. "¿No puedes quedarte mirando un ratito, reina?", me dijo. "No". Me acerqué a ella, le dije que se levantara, y ocupé su posición. "Ahora, túmbate sobre mí, como si yo fuera el colchón". Pareció gustarle. La acoplé, con su cabeza sobre mis pechos, de espaldas a mí. Yo misma ayudé a abrir sus piernas, se las mantuve separadas con las palmas de mis manos en sus muslos. Carlos, nada lerdo, le insertó sin dilación, su verga forrada. Yo apreté mis glúteos para que no se saliera el consolador, que me daba una sensación muy agradable y eso me proporcionaba un placer extra a la candente escena que estaba componiendo. Sandra me dijo que, de todos modos, si se me salía ahí estaba él para volver a metérmelo, pero no parecía haber problemas. Carlos estaba cómodo, follando a Sandra al estilo tradicional, a lo misionero, solo que en vez de cama, debajo estaba yo. Ahora parecía controlar la situación, y prometía bastantes minutos de follada. Empezó a imprimir su ritmo, alternando movimientos lentos con rápidos. Yo, mientras, subí mis manos por el cuerpo de Sandra, sujetándole los pechos, pellizcando y frotando su clítoris cuando la notaba próxima a correrse. En un par de ocasiones, aprovechando la proximidad de ambos coños, Carlos me la metió un poco, follándome alternadamente. Qué excitación sentir ese cambio, sacándola de un coño y metiéndolo en otro y así, entre ríos de jugos. Una de ellas fue a poco del final, para darme una corrida final, y lo consiguió. Ya follada y relajada, me limité a servir de colchón masturbador para Sandra, hasta que Carlos aceleró su ritmo, se olvidó de nosotras dos, se concentró en si mismo y se corrió dentro de nuestra amiga.
Nos quedamos un rato así, con Sandra como el relleno de un sándwich. Al cabo de unos minutos, deshicimos el paquete, y nos tumbamos todos uno al lado del otro. Creo que nos adormilamos un rato.
Al final, los sándwiches (los de comer) sirvieron casi de desayuno, cuando ya quedaba poco para amanecer. Hicimos café, hablamos juntos un rato… El ambiente había quedado mucho más relajado de lo que yo me había temido en un principio, y o mucho me equivoco, más allá de sus obligaciones profesionales, Sandra había pasado un buen rato con nosotros. Hablamos de ella, de su trabajo, y nos confirmó que, aunque básicamente era heterosexual, había mantenido varias relaciones "no profesionales" con mujeres, viviendo con una durante un tiempo incluso.
Carlos se ofreció a llevarle en su coche, lo que ella declinó, agradeciéndolo, así que al final llamamos un taxi y nos despedimos, prometiéndonos volver a vernos. Incluso le dije que, si un día le apetecía, la invitábamos a cenar. Creo que le sorprendió la invitación, pero no la rechazó: "tienen mi número… llámenme… pero no me dejen sin dos clientes tan estupendos…". Me dió un beso en los labios (ahora fui yo la sorprendida), y me dijo que había sido un placer: "es un poco como si te hubiera desvirgado… y eso siempre es bonito".
Cuando se fue, Carlos y yo nos quedamos tomando otro café, más que relajados, felices. Sé que los días que Carlos y yo hemos tenido mucha actividad, al cabo de unas dos o tres horas a Carlos le gustaba hacerse una paja. Era una especie de hábito. Cuando me lo contó, le pedí que si se la podía hacer yo, y desde entonces, después de una larga noche, después de la ducha, le abro sus piernas sobre la cama y le masturbo a dos manos. Así que, mientras tomábamos café, le dije a Carlos que si quería que le hiciera una antes de dormir. Me miró y me dijo que no: "si no te importa, Susana, lo que me apetecería mucho sería follarte. Un ratito, con tranquilidad, hasta que nos quedemos dormidos". Le dije que sí: según me lo iba pidiendo, me iba apeteciendo a mí también.
Nos fuimos de la mano hasta la cama, todavía deshecha. Nos desvestimos, nos metimos en la cama, él encima mío, nos besamos y, sin deshacer el beso ni entrar en otros juegos o preámbulos, me la metió. Estuvimos haciendo el amor tranquila, lánguidamente, hasta que él se corrió, a los veinte o veinticinco minutos. Yo ya me había corrido dos veces para entonces, y me corrí otra más junto a él. Fue como el resumen final de la larga noche, la fantasía realizada y nuestros sentidos explotados al máximo. Probablemente nos costaría olvidar esa noche. Luego, nos quedamos dormidos, abrazados y agotados.
Sandra se acercó a su bolso, sacando un pote de crema, derramando una porción en una de sus manos.
Yo empecé a derretirme de ganas y se lo hice saber: apurate. Sandra me hizo poner de cara a la cama y se puso sobre mí, como si fuera un toro follándose a una vaca, y apoyó su cuerpo, sus pechos, sobre mi espalda. Bajó sus manos a mi coño, y con una empezó a masturbarme mientras con la otra empezó a derramar crema sobre mis nalgas, entre medio, recorría cada pliegue, con maestría deliciosa, untando toda mi piel, sentía unas ganas de abrirme toda, ante el avance atrevido de sus dedos ágiles y lubricados. Me besaba la nuca, me magreaba los pechos… hasta que me corrí. Me desplomé sobre la cama. Ella bajó a mi sexo y me chupó, por detrás, concediéndome un orgasmo más.
Mientras me recuperaba, vi que Carlos seguía observándonos, refregando su polla entre sus manos, como un poseso. La visión que nos brindaba era espectacular, corriéndosela a más no poder. Sandra también lo vio. "Carlos… hasta ahora te he tenido muy abandonado… ¿quieres follarme?" Carlos me miró, como pidiéndome permiso, y dijo que sí. "Espera", dijo Sandra, y se levantó. Fue a su bolso (el bolso mágico) y sacó un par de cosas. Una era una cajita de preservativos. La otra, una especie de consolador pequeñito, mucho más delgado y más largo que uno normal. "No te muevas todavía", le dijo. Yo estaba de espectadora. Le puso un preservativo al aparato ese (era una especie de consolador anal), le echó por encima algo más de lubricante, y empezó a introducírmelo por detrás. Me entró con facilidad, por el trabajo previo que ell había hecho con sus gráciles deditos, aunque igual se tomó su tiempo, y me estuvo follando un poco así, metiéndolo y sacándolo. Me enloquecía ese juguete inserto tan viciosamente en mí. Vi como la verga de Carlos daba pequeños saltitos, rebosando aún más líquido. Parecía ya muy preparada. Sandra se dio la vuelta y lamió un poco su verga: Carlos estaba excitadísimo, pero yo sabía por experiencia (y así se lo hice saber a Sandra) que iba a tardar mucho todavía en correrse. "Mejor", dijo ella. Le colocó otro preservativo en la polla, se lo ajustó, y me empujó un poco más el consolador. "Que no se te salga", me dijo. Y se tumbo boca arriba, al lado mío, abriéndose de piernas, al modo tradicional. "Ven a mí", le dijo mostrándole en toda su amplitud, su boquita inferior, depilada y entreabierta. Anhelante.
"Espera", le dije. Se me había ocurrido algo. "¿No puedes quedarte mirando un ratito, reina?", me dijo. "No". Me acerqué a ella, le dije que se levantara, y ocupé su posición. "Ahora, túmbate sobre mí, como si yo fuera el colchón". Pareció gustarle. La acoplé, con su cabeza sobre mis pechos, de espaldas a mí. Yo misma ayudé a abrir sus piernas, se las mantuve separadas con las palmas de mis manos en sus muslos. Carlos, nada lerdo, le insertó sin dilación, su verga forrada. Yo apreté mis glúteos para que no se saliera el consolador, que me daba una sensación muy agradable y eso me proporcionaba un placer extra a la candente escena que estaba componiendo. Sandra me dijo que, de todos modos, si se me salía ahí estaba él para volver a metérmelo, pero no parecía haber problemas. Carlos estaba cómodo, follando a Sandra al estilo tradicional, a lo misionero, solo que en vez de cama, debajo estaba yo. Ahora parecía controlar la situación, y prometía bastantes minutos de follada. Empezó a imprimir su ritmo, alternando movimientos lentos con rápidos. Yo, mientras, subí mis manos por el cuerpo de Sandra, sujetándole los pechos, pellizcando y frotando su clítoris cuando la notaba próxima a correrse. En un par de ocasiones, aprovechando la proximidad de ambos coños, Carlos me la metió un poco, follándome alternadamente. Qué excitación sentir ese cambio, sacándola de un coño y metiéndolo en otro y así, entre ríos de jugos. Una de ellas fue a poco del final, para darme una corrida final, y lo consiguió. Ya follada y relajada, me limité a servir de colchón masturbador para Sandra, hasta que Carlos aceleró su ritmo, se olvidó de nosotras dos, se concentró en si mismo y se corrió dentro de nuestra amiga.
Nos quedamos un rato así, con Sandra como el relleno de un sándwich. Al cabo de unos minutos, deshicimos el paquete, y nos tumbamos todos uno al lado del otro. Creo que nos adormilamos un rato.
Al final, los sándwiches (los de comer) sirvieron casi de desayuno, cuando ya quedaba poco para amanecer. Hicimos café, hablamos juntos un rato… El ambiente había quedado mucho más relajado de lo que yo me había temido en un principio, y o mucho me equivoco, más allá de sus obligaciones profesionales, Sandra había pasado un buen rato con nosotros. Hablamos de ella, de su trabajo, y nos confirmó que, aunque básicamente era heterosexual, había mantenido varias relaciones "no profesionales" con mujeres, viviendo con una durante un tiempo incluso.
Carlos se ofreció a llevarle en su coche, lo que ella declinó, agradeciéndolo, así que al final llamamos un taxi y nos despedimos, prometiéndonos volver a vernos. Incluso le dije que, si un día le apetecía, la invitábamos a cenar. Creo que le sorprendió la invitación, pero no la rechazó: "tienen mi número… llámenme… pero no me dejen sin dos clientes tan estupendos…". Me dió un beso en los labios (ahora fui yo la sorprendida), y me dijo que había sido un placer: "es un poco como si te hubiera desvirgado… y eso siempre es bonito".
Cuando se fue, Carlos y yo nos quedamos tomando otro café, más que relajados, felices. Sé que los días que Carlos y yo hemos tenido mucha actividad, al cabo de unas dos o tres horas a Carlos le gustaba hacerse una paja. Era una especie de hábito. Cuando me lo contó, le pedí que si se la podía hacer yo, y desde entonces, después de una larga noche, después de la ducha, le abro sus piernas sobre la cama y le masturbo a dos manos. Así que, mientras tomábamos café, le dije a Carlos que si quería que le hiciera una antes de dormir. Me miró y me dijo que no: "si no te importa, Susana, lo que me apetecería mucho sería follarte. Un ratito, con tranquilidad, hasta que nos quedemos dormidos". Le dije que sí: según me lo iba pidiendo, me iba apeteciendo a mí también.
Nos fuimos de la mano hasta la cama, todavía deshecha. Nos desvestimos, nos metimos en la cama, él encima mío, nos besamos y, sin deshacer el beso ni entrar en otros juegos o preámbulos, me la metió. Estuvimos haciendo el amor tranquila, lánguidamente, hasta que él se corrió, a los veinte o veinticinco minutos. Yo ya me había corrido dos veces para entonces, y me corrí otra más junto a él. Fue como el resumen final de la larga noche, la fantasía realizada y nuestros sentidos explotados al máximo. Probablemente nos costaría olvidar esa noche. Luego, nos quedamos dormidos, abrazados y agotados.
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