
Yo estaba tumbada boca arriba y mi marido, a mi lado, acariciándome el coño e introduciendo y sacando sus dedos, tratando una vez más de meter todo su puño en mi vagina. Sus ojos se extasiaban en su labor, y yo disfrutaba mirándolo y sintiendo la dilatación de mi vulva, que ahora estaba muy lejos de aquella época en que un solo dedo me bastaba para hacerme vibrar. Mi marido había logrado, pacientemente, aumentar la capacidad de mi coño, y ya podía, triunfante meter sus cinco dedos hasta los nudillos. Pero su meta, era emular una de las escenas que más nos había impactado en un vídeo porno: una mujer brindaba a su amante la abertura de su sexo, el que comenzaba a meter sus dedos, entrando y sacando, chorreando jugos de la mujer, para luego, en un tris, que la hizo gemir de placer, meter su puño entero, ¡casi hasta la muñeca!. Y así, como si fuera un miembro gigante, la fornicó manualmente, haciendo que la mujer desfalleciera, en una mezcla de placer y dolor. Yo al principio, era reacia a esa aventura, pero luego, al ir acomodándose mi vulva a tales exploraciones, comencé también a sentir curiosidad por la real capacidad de mi coñito, y como al fin y al cabo, el juego era un prólogo del placer, procuraba colaborar, abriendo mis piernas y mi sexo, para permitir la consumación. En esa grata labor nos encontrábamos, cuando vi que se entreabría la puerta de la habitación y se asomaba un hombre realmente atractivo que se quedó unos segundos mirándonos. Mi mente, conectada en esos instantes a mi sexo, ordenó hacerle una seña explícita de invitación. Mientras veía como se desnudaba para incorporarse con nosotros, le dije a mi marido: "Cariño, acabo de invitar a alguien que se ha asomado, para que se una a nosotros, ahora se está desnudando y en pocos segundos llegará". "Bien, perfecto, gracias por avisarme…,", me respondió, caliente, irónico y bromista.
Mike, que así se llamaba, no corto ni perezoso ya estaba desnudo, se tumbó a mi lado y mientras mi marido seguía metiendo y sacando sus dedos de mi coño, se puso a acariciarme y besarme los pechos y su lengua a penetrar mi boca. Con el tiempo, y la práctica, he aprendido que mi boca, es como otro sexo para mí, la sensación oral es tan alta como la de mi chochito o mi culito.
Cuando mi marido retiró sus dedos de mi coño, sin lograr su meta, no deseaba otra cosa que Mike me la metiera. Se tumbó encima de mí y me penetró muy despacio, haciendo que mi pubis se levantara para buscar una penetración más rápida y profunda. Mientras el extraño me follaba con embestidas fuertes y lentas, mi marido chupaba mi pecho izquierdo y con una mano acariciaba el derecho. Me corrí con el otro, al mismo tiempo que sentía su semen inundarme toda entera. Al terminar el orgasmo mi marido dijo: "Ponte en cuatro y chúpasela". Cuando obedecía, disfrutando del trozo en mi boca, sentí la verga de mi marido penetrarme por atrás y dándome varias embestidas bien fuertes se corrió inundando mi trasero de semen que empezó a deslizarse de mi interior, entre mis nalgas, haciéndome sentir en mi canalillo su calor. Mientras el pene del otro había adquirido de nuevo una dureza respetable, con lo que poniéndome boca arriba me volvió a penetrar acostado encima mío mientras mi marido me ponía su polla en la boca para que le aplicara el mismo tratamiento que le había aplicado hacía poco a la de nuestro compañero. Volvió a correrse él y volví a correrme yo. Cuando la polla de mi marido adquirió de nuevo dureza, me volvió boca arriba, me levantó las piernas por encima de sus hombros y me la clavó, hundiéndola hasta que volvimos a corrernos los dos. Mi coño y mi culo no podían retener la cantidad de jugos que habían depositado en su interior mis dos vergas de la noche, saliendo de mi interior, empapando tanto mis nalgas como la sábana que teníamos debajo.
Ya relajados y satisfechos los tres, nos presentamos, llamamos al timbre para pedir unas copas y continuamos un rato charlando y bebiendo y, de vez en cuando, sin buscar ya nada sexual, acariciando nuestros cuerpos con sensualidad, sin los apuros del deseo insatisfecho.
Me entretenía mirando los dos penes yacer derrotados, pero sin duda saciados por la jornada victoriosa que habían tenido en mis agujeros. Y allí, entre mis piernas, el precioso coñito que tengo, que me ha dado tantos goces y alegrías. Lo sentía pleno y casi harto de placer, pero sabía que tras una ducha refrescante, pronto tendría mi vagina distendida y relajada, apta otra vez, para recibir cuantos embates se me presentaran. Y es que cuando estaba en medio del fragor de la batalla carnal, en reflejos e imágenes tortuosas, sentía que me faltaba una verga, que sin duda, habría completado la faena. Sentí unas enormes ganas de estar atravesada por tres al tiempo, todos mis agujeros llenos de carne dura y fibrosa, erguida, caliente y suavemente lubricada. Quise tener una verga perforándome por detrás, en esa forma que Carlos ha sabido enviciarme, y que me hizo descubrir otras dimensiones del placer, esas desesperantes y trasgresoras penetraciones, que me hacen gritar y acabar con fuerza. Y otra enterrada en mi concha, hundida hasta los pelos en mi cuerpo, enhiesta y mojada, frotando mi esponja interior, estrujándola con mis músculos sexuales y lanzándome chorros de leche candente. Y una tercera en mi boca, mamándola con mis labios, entre lengua y paladar, apretándola con mis dientes hasta hacerla explotar y lanzar a mi garganta los torrentes de néctar, que degusto con placer hasta la última gota. Y así ver finalmente las tres vergas a mis pies, vaciadas por completo, y gritar con esa pasión que me tiene loca. Y pensé que tal vez así se logra encontrar el placer total. Íntimamente, sonriendo para mí, imaginé que tal vez, mas adelante, se daría esa ocasión….
Mike, que así se llamaba, no corto ni perezoso ya estaba desnudo, se tumbó a mi lado y mientras mi marido seguía metiendo y sacando sus dedos de mi coño, se puso a acariciarme y besarme los pechos y su lengua a penetrar mi boca. Con el tiempo, y la práctica, he aprendido que mi boca, es como otro sexo para mí, la sensación oral es tan alta como la de mi chochito o mi culito.
Cuando mi marido retiró sus dedos de mi coño, sin lograr su meta, no deseaba otra cosa que Mike me la metiera. Se tumbó encima de mí y me penetró muy despacio, haciendo que mi pubis se levantara para buscar una penetración más rápida y profunda. Mientras el extraño me follaba con embestidas fuertes y lentas, mi marido chupaba mi pecho izquierdo y con una mano acariciaba el derecho. Me corrí con el otro, al mismo tiempo que sentía su semen inundarme toda entera. Al terminar el orgasmo mi marido dijo: "Ponte en cuatro y chúpasela". Cuando obedecía, disfrutando del trozo en mi boca, sentí la verga de mi marido penetrarme por atrás y dándome varias embestidas bien fuertes se corrió inundando mi trasero de semen que empezó a deslizarse de mi interior, entre mis nalgas, haciéndome sentir en mi canalillo su calor. Mientras el pene del otro había adquirido de nuevo una dureza respetable, con lo que poniéndome boca arriba me volvió a penetrar acostado encima mío mientras mi marido me ponía su polla en la boca para que le aplicara el mismo tratamiento que le había aplicado hacía poco a la de nuestro compañero. Volvió a correrse él y volví a correrme yo. Cuando la polla de mi marido adquirió de nuevo dureza, me volvió boca arriba, me levantó las piernas por encima de sus hombros y me la clavó, hundiéndola hasta que volvimos a corrernos los dos. Mi coño y mi culo no podían retener la cantidad de jugos que habían depositado en su interior mis dos vergas de la noche, saliendo de mi interior, empapando tanto mis nalgas como la sábana que teníamos debajo.
Ya relajados y satisfechos los tres, nos presentamos, llamamos al timbre para pedir unas copas y continuamos un rato charlando y bebiendo y, de vez en cuando, sin buscar ya nada sexual, acariciando nuestros cuerpos con sensualidad, sin los apuros del deseo insatisfecho.
Me entretenía mirando los dos penes yacer derrotados, pero sin duda saciados por la jornada victoriosa que habían tenido en mis agujeros. Y allí, entre mis piernas, el precioso coñito que tengo, que me ha dado tantos goces y alegrías. Lo sentía pleno y casi harto de placer, pero sabía que tras una ducha refrescante, pronto tendría mi vagina distendida y relajada, apta otra vez, para recibir cuantos embates se me presentaran. Y es que cuando estaba en medio del fragor de la batalla carnal, en reflejos e imágenes tortuosas, sentía que me faltaba una verga, que sin duda, habría completado la faena. Sentí unas enormes ganas de estar atravesada por tres al tiempo, todos mis agujeros llenos de carne dura y fibrosa, erguida, caliente y suavemente lubricada. Quise tener una verga perforándome por detrás, en esa forma que Carlos ha sabido enviciarme, y que me hizo descubrir otras dimensiones del placer, esas desesperantes y trasgresoras penetraciones, que me hacen gritar y acabar con fuerza. Y otra enterrada en mi concha, hundida hasta los pelos en mi cuerpo, enhiesta y mojada, frotando mi esponja interior, estrujándola con mis músculos sexuales y lanzándome chorros de leche candente. Y una tercera en mi boca, mamándola con mis labios, entre lengua y paladar, apretándola con mis dientes hasta hacerla explotar y lanzar a mi garganta los torrentes de néctar, que degusto con placer hasta la última gota. Y así ver finalmente las tres vergas a mis pies, vaciadas por completo, y gritar con esa pasión que me tiene loca. Y pensé que tal vez así se logra encontrar el placer total. Íntimamente, sonriendo para mí, imaginé que tal vez, mas adelante, se daría esa ocasión….
1 comentario:
uff... que vidilla... que envidia
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