
Abrió sus piernas, como siempre lo hacía y cogiendo un consolador, discretamente guardado bajo su almohada, se lo introdujo lentamente, hasta el fondo. El aparato se hundió casi hasta desaparecer en la vagina. Milena se retorció, y acariciando sus pechos ahora con ambas manos, comenzó a frotar sus muslos, manteniendo el juguete incrustado en su sexo. Un extremo tan pronto se asomaba entre sus labios vaginales, como se volvía a hundir, gozoso en su cálida vaina. Las manos entrecruzadas de Ernesto, entretanto, formaban un perfecto túnel, por el cual se deslizaba rítmicamente y sin obstáculos su pene, en una febril masturbación.
Sin duda, Milena estaba nuevamente pasando por un delicioso orgasmo, a juzgar por las verdaderas contorsiones que hacía su cuerpo, ahora dulce víctima de un largo consolador. Controlaba, cual experimentada hembra, cada uno de los músculos que rodeaban su túnel vaginal, oprimiendo y soltando el erótico aparato, que en su caliente imaginación era la verga de su cuñado que la penetraba salvajemente. En un momento su cuerpo se arqueó, se juntaron sus muslos, y el juguete salió volando empapado en los fluidos de la muchacha. Milena lanzó un quejido, mientras musitaba: No me la saques, no me la saques..., no... No quería que el goce se detuviera, ahora menos que nunca, que sentía tan cercana la oleada de un nuevo placer. Por fortuna, el consolador se levantó y volvió a entrar en su alojamiento, reanudando su labor..... Ernesto lo introdujo lentamente en la preciosa entrada, la que no opuso resistencia alguna. Milena, con los ojos cerrados, gimió: Así, amor, que rico...., más adentro, así... Mientras abría sus piernas, permitiendo que el aparato, ahora animado, prosiguiera su faena. Ernesto podía ver ahora, en un primer plano excitante, la belleza de su cuñada, como nunca había imaginado o soñado. El sexo se distendía ante el embate, y los jugos se escurrían por sus pliegues hacia abajo, mojando profusamente el agujerito anal de Milena, que brillaba como un hermoso punto de azabache en medio de su blanca piel. Una mano de Ernesto empujaba el juguete, mientras la otra seguía pegada a su propio aparato, que erecto en plenitud latía y destilaba deseo.
La joven recibía la dureza con frenesí, sentía que era un verdadero pene rígido, tan caliente como uno real, y que le brindaba la misma sensación de placer. Sintió como la verga se retiraba, casi hasta salir y en forma instantánea, como volvía a penetrarla. Se retiraba por completo y luego se le hundía, muy profunda, hasta donde nadie había llegado. Podía sentir, en cada embate, como iba aumentando la presión, como si la verga se hinchara, se engrosara, y le llegara aún más adentro. Podía sentir ahora, hasta la presión del cuerpo al que pertenecía la verga, como la empujaba, y la sacaba, y la volvía a meter. Su mente, en medio del inmenso placer que estaba experimentando, construía lo que faltaba para que el acto fuera completo, y podía sentir la carne caliente sobre su cuerpo, sobre su vientre, y las manos que alzaban sus piernas, y las caderas firmes en que ahora descansaban, y el movimiento ondulante que estremecía su cama. Hasta podía oír la respiración agitada que acompañaba sus propios quejidos. Y ya no sólo sus manos acariciaban sus pechos y sus pezones, sino también un par de manos húmedas... Anheló tocar esa herramienta preciosa que la subyugaba y aferrar el par de bolas morenas que su memoria sabía adheridas a la verga...
Sin duda, Milena estaba nuevamente pasando por un delicioso orgasmo, a juzgar por las verdaderas contorsiones que hacía su cuerpo, ahora dulce víctima de un largo consolador. Controlaba, cual experimentada hembra, cada uno de los músculos que rodeaban su túnel vaginal, oprimiendo y soltando el erótico aparato, que en su caliente imaginación era la verga de su cuñado que la penetraba salvajemente. En un momento su cuerpo se arqueó, se juntaron sus muslos, y el juguete salió volando empapado en los fluidos de la muchacha. Milena lanzó un quejido, mientras musitaba: No me la saques, no me la saques..., no... No quería que el goce se detuviera, ahora menos que nunca, que sentía tan cercana la oleada de un nuevo placer. Por fortuna, el consolador se levantó y volvió a entrar en su alojamiento, reanudando su labor..... Ernesto lo introdujo lentamente en la preciosa entrada, la que no opuso resistencia alguna. Milena, con los ojos cerrados, gimió: Así, amor, que rico...., más adentro, así... Mientras abría sus piernas, permitiendo que el aparato, ahora animado, prosiguiera su faena. Ernesto podía ver ahora, en un primer plano excitante, la belleza de su cuñada, como nunca había imaginado o soñado. El sexo se distendía ante el embate, y los jugos se escurrían por sus pliegues hacia abajo, mojando profusamente el agujerito anal de Milena, que brillaba como un hermoso punto de azabache en medio de su blanca piel. Una mano de Ernesto empujaba el juguete, mientras la otra seguía pegada a su propio aparato, que erecto en plenitud latía y destilaba deseo.
La joven recibía la dureza con frenesí, sentía que era un verdadero pene rígido, tan caliente como uno real, y que le brindaba la misma sensación de placer. Sintió como la verga se retiraba, casi hasta salir y en forma instantánea, como volvía a penetrarla. Se retiraba por completo y luego se le hundía, muy profunda, hasta donde nadie había llegado. Podía sentir, en cada embate, como iba aumentando la presión, como si la verga se hinchara, se engrosara, y le llegara aún más adentro. Podía sentir ahora, hasta la presión del cuerpo al que pertenecía la verga, como la empujaba, y la sacaba, y la volvía a meter. Su mente, en medio del inmenso placer que estaba experimentando, construía lo que faltaba para que el acto fuera completo, y podía sentir la carne caliente sobre su cuerpo, sobre su vientre, y las manos que alzaban sus piernas, y las caderas firmes en que ahora descansaban, y el movimiento ondulante que estremecía su cama. Hasta podía oír la respiración agitada que acompañaba sus propios quejidos. Y ya no sólo sus manos acariciaban sus pechos y sus pezones, sino también un par de manos húmedas... Anheló tocar esa herramienta preciosa que la subyugaba y aferrar el par de bolas morenas que su memoria sabía adheridas a la verga...
Entonces, tal como había visto hacer a su hermana, sus pequeñas manos se llenaron de la carne prohibida pero soñada, sintiéndolas tan agradables y tan suyas en aquel momento, que no pudo resistir más, lanzándose en un vórtice de fuego y alcanzando un enésimo orgasmo, tan distinto a los anteriores, tan líquido como nunca había sentido. Y enseguida, como colgándose de su orgasmo, sintió un torrente de fuego líquido que salía de la verga, chocando en su interior, inundándola y haciéndola desfallecer. Milena estaba hecha un torbellino, el intenso goce recibido aún latía en sus entrañas. Sus muslos cansados, se relajaban poco a poco, mientras sus tejidos vaginales, hasta hace unos momentos muy distendidos, se replegaban tornando a sus posiciones originales. Estaba mojada y caliente, sobre todo en sus rincones mas preciados. Por el hermoso canal entre sus nalgas fluían suavemente los jugos mezclados, apozándose en las sábanas. Mantenía sus ojos cerrados, disfrutando cada segundo de la experiencia. A su lado, también desfallecido, Ernesto hacía lo mismo. Entre sus piernas abiertas palpitaba su verga, todavía alzada. Sobre la cabezota brillante, asomaba una gota cristalina...
El placer que había recibido no podría ser borrado de su memoria. Había disfrutado a su cuñada de una manera muy distinta a las ahora rutinarias noches de amor con su mujer. En esos momentos no pensaba en las eventuales consecuencias o secuelas, que el encuentro podría tener. Sólo pensaba en la gratificación y la dicha de estar allí, con la hermosa joven, desnuda y a su disposición, respirando a su lado, tan al alcance de sus manos... No cesaba en sus cavilaciones, cuando sintió la suavidad de unos labios ardientes posándose sobre su pene. Abrió sus ojos. Era Milena que besaba su verga, sorbiendo y lamiendo con deliciosa maestría. Sus dientes y su lengua le aplicaban un exquisito tratamiento reanimador.
No se dijeron palabra alguna. Sus miradas se cruzaron y eso fue suficiente. Ambos se desentendieron de las dudas y temores. Había que concluir lo iniciado, aunque la vida, estaban seguros, no volvería a ser igual.
5 comentarios:
Buen final,como el que me gustarìa tener; si tuviera un cuñado asì,,,,,
"una noche de octubre"
me gustan los "caballeros" de este estilo... besitos.
Sirena: muchas gracias, saludos como el tuyo, me hacen mantener el estilo... besitos tambien...
a usuario anónimo: tuviste tu noche de octubre? fue algo parecido?
gracias por tu comentario
Lo tuve pero fue breve,demasiado breve para mi gusto,,,
Espero con ansias otra noche como aquella,,,,,
A lo que me pregunto serà con el mismo?,,,,,
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