jueves, abril 09, 2009

Mi cumpleaños. Parte II


Mi tarea era un desafío. Comencé rozando sus muslos con mis manos, y cuando mi boca hizo lo mismo, dejó escapar un gemido, le besaba los muslos y le pasaba la lengua mojada por toda su piel, no quedó lugar de sus piernas por donde no pasara mi boca, pero había algo que me atraía... aquel aroma… el perfume de sus pliegues húmedos, se desprendía como vapor en el aire, inundando mi nariz. La miré y me le acerqué poco a poco, con mis dedos me fui abriendo camino y la punta de mi lengua comenzó su faena, un túnel precioso, rosado, suave y del sabor preciso, el toque justo para un sibarita como yo. Me extasié en aquella joya de su cuerpo, mi lengua fue recorriendo sus labios lentamente y en cada movimiento terminaba en su botoncito ardiente y erguido, lamiendo, mordisqueando con sapiencia, y tironeándolo delicadamente. Los gemidos leves de Erika, me indicaban, como un faro de placer, que los movimientos eran los indicados para llegar a puerto. Erika se estremecía y yo notaba cómo su respiración aumentaba, sus pechos se agitaban en latidos cada vez más intensos.

Silvia y Pedro se brindaban una al otro, con no menor entusiasmo. La boca de mi mujer, curtida en mil batallas, entregada a culminar su mejor obra, hacía retorcerse de placer a nuestro amigo, que, solícito y agradecido, acariciaba los pechos de Silvia, excitándola hasta el límite. Observé por segundos, como la lengua de Silvia recorría lujuriosa, los rincones del hombre, mientras con una mano, envolvía las cargadas bolsas de Pedro. Luego se besaron con deseos desatados y entre beso y beso miraban como Erika gozaba con mi rostro entre sus piernas, abiertas desmesuradamente. Un grito de Erika, los separó, era un grito de placer desfalleciente. Comenzaba a tener un orgasmo y lo disfrutaba al máximo. Fue un instante breve, inflamado, sin dejar de gemir y con su rostro sudoroso, lamiendo sus labios, me tendió en la alfombra, con un movimiento brusco y dominador, al que yo no puse resistencia. Su boca jugosa bajó a mi sexo, y aferrándolo con ambas manos a la vez, dio inicio a una tortura genial, plena de sensaciones gratificantes. Silvia hizo la misma maniobra, y en un segundo, tuvo a Pedro, a escasa distancia de mi, sentándose a horcajadas sobre él, entregándole sin remilgos, la pletórica y ardiente gruta de su vulva al disfrute de su lengua. Las dos parecían estar disputándose un trofeo, compitiendo y tratando de demostrar quién chupaba mejor las virilidades que la excitación nuestra, levantaba frente a sus labios. En esa competencia las dos eran ganadoras, las dos chupaban con infinita maestría, dando y obteniendo placer. Erika se tragaba toda mi hombría, me devoraba por entero, llegaba hasta los confines de su garganta y lo sacaba luego, para reiniciar su absorción, en un ritmo frenético, pero lleno de experiencia. Sus manos no se quedaban quietas tampoco y me masajeaban con suavidad, haciendo que mi mente estallara. Silvia se dedicaba con fruición, a similar labor sobre Pedro, que se deleitaba a su vez, horadando, con su lengua la zona más íntima de mi mujer. Las manos del hombre entreabrían las nalgas de Silvia, y yo advertía en el rostro de ella, que el goce recibido era lo que ella anhelaba. Sin duda, estaba recibiendo la justa proporción de lo que a su vez entregaba.

La escena era de película. La música, la tibieza del ambiente, los sonidos de besos, el roce de la carne, creaban una atmósfera sin igual. Y como en una obra teatral, de final ya escrito, en un fugaz momento, Pedro y yo, no pudimos aguantar el dulce castigo a que éramos expuestos. La lava ardiente de los machos surgió a borbotones, las bocas de nuestras mujeres intercambiadas, recibían el justo pago de sus atenciones máximas. La leche se derramaba generosa, por las comisuras de sus labios. Ambas se miraron, desafiantes, risueñas, satisfechas por la labor cumplida. Y en un juego atrevido, comenzaron a untar sus pechos con el néctar que se resbalaba por su piel, sus pezones duros, recibieron la crema caliente. Reían, complacidas y excitadas aún, mientras los machos derrotados, yacíamos entre sus piernas. A sus pies, como esclavos, sometidos, pero felices de haber sido víctimas sacrificiales de su rito erótico.

Silvia, susurró una especie de reclamo: no descansen, mira que falto yo, mi amor...

Muy a nuestro pesar, no pudimos más que implorar un intermedio... (Continuará...)

No hay comentarios: