
La cama de su anfitrión era enorme... con sábanas blancas, de algodón, ligeras y acogedoras. Pecaminosamente cómoda... Pobre, él dormiría en ese sofá “virgen” del salón... No parecía importarle. Un anfitrión en toda regla. Aunque esa educación contrastaba con su rebeldía, su descaro y su atrevimiento. Esos ojos pícaros y esa voz educada no parecían corresponder a la misma persona...
Pese a lo cómodo del dormitorio, dormir fue más complicado de lo que Sofía esperaba. Daba vueltas, miraba la hora, otra vuelta más, un minuto menos...
Sed, tenía sed. La cena había tenido la culpa. Tenía sed y para ello tendría que salir de la habitación y cruzar el pasillo, ignorando la presencia de Camilo apenas a cinco metros de distancia... Intentó aguantar. Pero no, tenía sed.
De modo que se incorporó y se sentó sobre el borde de la cama, reparando de nuevo sobre lo extraordinario de su geometría. Debía estar construida a medida… pensó, y preguntándose por los oscuros motivos que podían haber llevado a aquel hombre que, al menos presumiblemente, vivía solo, a adquirir un mueble tan extraordinario, se levantó.
Permaneció unos segundos en pie sobre el suelo alfombrado de la amplia habitación. No encendió ninguna luz, ya que su vista se había acostumbrado a la oscuridad total que reinaba a su alrededor y se dirigió lentamente a la puerta entreabierta empujándola sigilosamente. Desde allí tenía una panorámica perfecta de todo el salón. Sin duda, Camilo tenía buen gusto para la decoración. A su juicio, había conseguido armonizar aquel entorno cálido y acogedor con un estilo indudablemente minimalista. Todo un logro: un equilibrio cuidado y perfecto entre dos percepciones aparentemente contrapuestas. Unos débiles destellos de luz de luna alumbraban muy tenuemente la habitación.
Fue en aquel momento cuando, con cierto nerviosismo pueril, detuvo su mirada en el sofá. Aunque, en realidad, era eso lo que estaba deseando desde que decidió aplacar su sed, volver a verle.
“Si necesitas cualquier cosa, no tienes más que decírmelo”, le había dicho.
Y por un momento le recordó a su padre cuando la acostaba por las noches, y más aún, cuando dejó la puerta entreabierta, como si lo hiciera para que ella no tuviese miedo. Desde entonces le había imaginado en aquel sofá, tal vez insomne, como ella; ¿expectante?…
Pero nada de eso… todas aquellas fabulaciones que rondaban la mente de Sofía se desvanecieron como agua sobre nieve en el mismo momento en que sintió aquel profundo escalofrío al comprobar que aquel sofá en que supuestamente dormía el hombre que había conocido apenas unas horas atrás, se hallaba completamente vacío.
“¿Camilo?” llamó… Silencio. “¿Camilo?”… Más silencio. “¿Oye?” Nada… ni nadie. Se le apagó la sed de repente. El silencio era absoluto y al menos el salón estaba desierto. Ligeramente intranquila, caminó hasta la cocina. Allí tampoco había nadie., volvió a llamar, esta vez con un volumen de voz notablemente más alto… tampoco hubo respuesta. Sólo le restaba comprobar la única habitación de la casa que aún no había pisado. Sin saber exactamente por qué, se había imaginado que sería una especie de estudio o biblioteca con estanterías repletas de libros de todo tipo… Tal vez fuera ese aire de suficiencia intelectual con que Camilo adornaba algunos de sus comentarios lo que le había inducido a pensar de esa manera. Pero lo cierto es que la puerta había permanecido cerrada desde que había llegado.
El hombre sólo podía estar allí. Tal vez no había conseguido conciliar el sueño, se había encerrado allí para leer para no molestarla y se quedó dormido sobre el escritorio… fuera lo que fuera, su intranquilidad crecía por momentos. Pero también su curiosidad. Porque si Camilo no se encontraba allí dentro, Sofía era plenamente consciente de que se encontraba en la casa de un absoluto desconocido completamente sola.
Así que, decidida, se dirigió a la puerta y la golpeó un par de veces con los nudillos. “¿Hola?”. El eco de aquellos golpes se escuchó en el interior. Es curioso como un simple sonido puede hacer cambiar, en una milésima de segundo, cualquier apreciación equivocada de las cosas. De pronto esa habitación podía ser cualquier cosa, pero no una biblioteca repleta de libros. Esa estancia debía de estar vacía, sin duda. Eso pensaba mientras tomaba el tirador de la puerta y lo giraba hasta hacer tope. Pero no abrió la puerta inmediatamente sino que permaneció así unos instantes, algo avergonzada por pensarse fisgoneando en la casa de un extraño… Pero ese sentimiento duró muy poco y, muy lentamente, la fue abriendo. Definitivamente, lo que quedó ante los ojos de Sofía no era en absoluto lo que estaba esperando.
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