jueves, septiembre 01, 2005

El jardín de las delicias (Cap.II)


A partir de ese momento, el juego cambió. Ahora ella sentía controlar la situación. Se sentía poderosa. Sabía que él se había sorprendido, había logrado provocar su curiosidad. Y el final de la cena transcurrió entre divertido y excitante. Le divertía comportarse como una colegiala coqueta, mirando de reojo al chico más guapo de la clase, y le excitaba imaginar que él también pensaba en ello. Porque aquel hombre no pudo evitar pasar el resto del tiempo pendiente de esa chica que le miraba entre tímida y descarada, entre niña y mujer...
Y después, hora de marcharse. Sofía había estado temiéndolo toda la noche. Ahí terminaba el juego, ahí se separaban sus caminos... Un hola y un adiós sin cruzar una sola palabra, hablando con gestos y miradas.
La noche era fría. Las luces se reflejaban en el asfalto mojado y la respiración dejaba su huella en el aire al pasar de la calidez del cuerpo a la desnudez del ambiente.
“Un taxi, dónde habrá un taxi ahora...”
Los demás se habían quedado a tomar algunas copas más, pero ella no podía permitírselo. El transporte público no era una opción para ella en ese momento.
“No encontrarás ninguno a estas horas...”
Y al girarse... Era él...ÉL... Y, por primera vez en toda la noche, sonreía. Sofía notó flaquear sus piernas. De repente el ambiente ya no era frío, la noche ya no era anodina y solitaria. Bueno, quizás sí solitaria, pero eso ya no le importaba. Sus mejillas, lo notaba, habían avivado su color. Sus ojos, lo sabía, habían aumentado sus pupilas. Su corazón bombeaba sangre a gran velocidad a todos los rincones de su cuerpo. Podía sentir esa inyección de vitalidad. Y casi podía sentir girar la tierra bajo sus pies.
“Sí... ¡será complicado...!”... Respiró hondo.
Silencio... Sólo silencio. Ella miraba al suelo, ahora sí se sentía intimidada, quizás un poco avergonzada. Movía su pie derecho, apoyado sólo en el suelo por su fino tacón. Con los brazos cruzados bajo el pecho, aferrada a su abrigo, y el pelo, húmedo, cayéndole sobre la cara. No podía mirarle... sabía que si lo hacía se delataría. Estaba nerviosa...
“Bueno, siempre queda la posibilidad de dar un paseo, ¿no crees?”... “No me gusta mucho pasear sola.”... “En ese caso, nos podemos hacer compañía el uno al otro... la noche está muy bonita”... Mmmm... ¿qué estaba pasando?...
“Es que mañana tengo que levantarme muy pronto... es tarde… y no creo que sea buena idea”...
“Yo creo que sí lo es... Te he visto mirarme... Soy Camilo. Tú eres..?.”
“Sofía, soy Sofía... no te miraba, bueno, sí... pero...”
“No pasa nada... Yo también lo hacía contigo. En cualquier caso, ha sido halagador que una mujer tan hermosa repare en mi presencia...”
Por un momento a Sofía le pareció que aquel hombre era descarado y audaz, tal vez un poco arrogante, que estaba invadiendo su terreno...
“No, no... tengo que irme a casa...”... (¿ Quería realmente irse a casa?... Ummm )
“No pretendía hacerte sentir incómoda, lo siento... sólo quería conocerte”... Y se giró, caminando calle abajo... Sofía se sintió culpable. Había estado toda la cena provocando miraditas entre ambos y ahora no era capaz de asumirlo y reconocerlo. Se armó de valor...
“Ey, perdona... Camilo... perdona...he sido un poco antipática... Pero es cierto que mañana madrugo, y es tarde... De todas formas, gracias, ¿vale?”...
“No, no vale...”...
¿Cómo? ¡Tenía que valer! Aquella respuesta la dejó descolocada, y sólo sintió cierto alivio al verle sonreír de nuevo.
“¿En serio te apetece irte a casa en lugar de pasear y charlar un rato? Si no te sientes cómoda a solas conmigo, volvamos al restaurante... Hay miles de excusas para llegar tarde, o no?”. La noche es hermosa, y a mi me gusta….
“Vaya”, pensó Sofía, “no esperaba ese punto canalla...”. Y comenzó entre ellos un intercambio de sonrisas y frases ingeniosas que rompieron el hielo que les mantenía a la defensiva. Ella aceptó el paseo, y tomaron rumbo al centro. Le atraía esa rapidez mental que apreciaba en él, su presteza en contestar cada frase, con otra mas ingeniosa…

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