martes, noviembre 15, 2005

El valor de la amistad (Cap.IV)


Dos días después yo había quedado con Teresa para ir de compras. Siempre lo solíamos hacer juntas, pero esta vez la cosa era diferente, desde la noche anterior ya no miraba a Teresa solo como una amiga, sino que la miraba de otra manera, con un deseo que me hacía estar casi, un poquitín, confundida. Quedamos de encontrarnos en una cafetería cercana a un Mall, preferido por estar ahí las grandes tiendas. Como siempre ella era objetivo de las miradas de todos los hombres y mujeres: Una blusa sin mangas color blanco remarcaba su pecho y su piel morena, unos jeans ajustados le proporcionaban unas piernas de modelo y un trasero de exposición. Ella hacía sus movimientos con naturalidad, sabiendo que era observada por todo el mundo, se sentó frente a mí y tras dos besos en la mejilla charlamos como dos buenas amigas que éramos.
A continuación empezamos nuestro recorrido de tiendas. Las mujeres ya se sabe, cuando nos ponemos a eso, no paramos, una tienda aquí, un modelito por allá, en fin que anduvimos un par de horas. Yo en la última tienda tenía los pies destrozados y estaba sudando del calor que producen los focos en los reducidos probadores.
- Creo que me voy a rendir Teresa, tengo los pies molidos... - le dije mientras entrábamos en la última tienda.
- Este es el último sitio, me pruebo unas braguitas y lo dejamos.
La cosa empezó por escoger unos 3 o 4 modelos de lencería de lo más sexy para las dos, no es que los fuéramos a comprar todos, pero aprovechamos para probarnos un poco de todo. Nos metimos en el probador y Teresa comenzó a quitarse la ropa con toda la naturalidad del mundo, al fin y al cabo éramos dos mujeres. En pocos segundos se quedó desnuda frente a mí. No pude evitar observarla de arriba a abajo, como siempre fantástica, sus bien puestos pechos, su estrecha cintura, sus adorables muslos y su coñito que por cierto estaba completamente afeitado, lo que la hacía parecer mucho más niña y mucho más sexy. Sentí un escalofrío y me di cuenta que me estaba calentando con solo mirarla. Al mirar su pubis no pude dejar de recordar a la pequeña Sandra, con la que probé esos novedosos deleites.
- ¿Tienes depilado todo el...?
- ¿...coño? - respondió sin dejarme acabar la frase.
- Si.
- ¿Te gusta?
- Si, yo nunca lo he hecho, me da no se qué, es que a Carlos le gusta jugar así...., no sé...
- ¿Nunca te lo has afeitado?
- No, aparte que no sé si sabría hacerlo.
- Es muy fácil y no veas como vuelve de locos a los tipos, ( y a las mujeres también, pensé maliciosamente), se lo quieren comer nada más verlo así, es como un juguete para ellos, además está más suave y más blandita toda esa zona, mira, tócalo.
Me tomó una mano y me invitó a acariciar su suave pubis como la piel de un bebé. Sentí otro escalofrío y con mis dedos recorrí sus ingles y su monte de venus. Era un acto de lo más ingenuo pero al mismo tiempo muy trasgresor. No podía decirle que ya había probado delicias semejantes, y que me moría de ganas de reincidir.
- No tienes ninguna marca de pelo, ni granitos, ni nada, ¿no se te irrita? - pregunté.
- No, mira, acostumbro a usar una depiladora eléctrica que masajea la zona y casi no duele nada, arranca el pelo de raíz y luego uso un aceite especial que me deja la piel muy suave. ¿Quieres que te ayude a ti a hacerlo?
- No sé...
- Vamos no seas tonta, si casi no duele nada…
Yo deseaba hacerlo, pero más que por depilarme porque ella me lo hiciera, sentir sus manos tocándome lo más íntimo de mi ser.
No lo dudé por más tiempo y nos dirigimos a su casa, pues aprovechando que no había nadie, ese era el mejor momento de hacerlo, además le daría una buena doble sorpresa a mi marido. La idea me gustaba.
- Verás - me dijo - lo primero hay que darse un prolongado baño de sales para que todos los poros queden bien abiertos y así será menos doloroso. Nos bañaremos juntas y así aprovecho para depilarme un poco las axilas.
- Pero si no tienes pelos.
- Si, son muy débiles, pero hay que quitárselos antes de que se hagan fuertes.
Yo creo que aquello era una excusa para que nos bañáramos juntas, estaba más que claro que yo también le gustaba a Teresa y que quería algo más que depilarme, pero también es verdad que yo estaba dispuesta a todo.
Allí, en un momento nos desnudamos las dos, nos observamos mutuamente y nos metimos en la bañera, una frente a la otra. Nuestras piernas se rozaban bajo el agua y aquella sensación me producía mucho gusto, me encontraba muy bien así frente a ella, estando tan cerca.
Después del prolongado baño, salimos nos secamos y me invitó a tumbarme en la cama de su habitación. Ella se despojó de la toalla e hizo lo mismo con la mía.
- Así estaremos más cómodas. - dijo.
A continuación se extendió el aceite en sus pechos y me invitó a tocarla de nuevo para ver la suavidad que producía aquel líquido en sus pechos. Lo cierto es que estaban muy suaves, muy blanditos, era una sensación muy placentera.
Yo me coloqué al borde de la cama, ella me abrió las piernas y comenzó la tarea.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mmmm, cualquiera se dejaría.

Anónimo dijo...

Yo..... seguro que me dejaria, uummmm

Excitante post y muy lujurioso.

Un besito.