
Alonso llevaba una vida muy normal, tal vez demasiado. Y continuamente pensaba en ello, sobre todo al despertar y sentirse abrumado por el comienzo de un nuevo día, cargado de obligaciones y compromisos.
A sus cuarenta y cinco canosos años, se sentía agotado cada vez más. Ya no recordaba sus fines de semana jugando tenis por ejemplo. Esos días habían quedado atrás, casi imperceptiblemente. De pronto un sábado cualquiera, tomó conciencia de que ya no se levantaba temprano para ir al club. Y también se percató que desde la última ocasión en que sudó con un set, ya habían pasado tres meses. Si, sin duda, ya no practicaba deporte.
Su mujer, mucho mas joven que él, lo animaba al principio, pero ahora ya ni siquiera insistía, como asumiendo que al lado empezaba a acostarse un viejo prematuro.
Sus cátedras en las dos universidades, le absorbían el día completo. El mantenerse actualizado en los avatares del lenguaje, así como las intrincadas obras sobre semiótica, lo mantenían absorto.
Pero este año académico había comenzado diferente, pues pese a su rechazo, no podía diluir de su mente la imagen de esa muchacha altiva, que se había desecho en disculpas y luego, casi lo había despreciado. Estaba de acuerdo en que tal vez, había sido un poco estúpido al retarla o llamarle la atención. El hecho es que ella se había comportado de una manera tan inesperada, con tanto arrebato juvenil, tan diferente a su manera de ver las cosas, que le hizo recordar situaciones tal vez olvidadas. Y no podía sacársela de su cabeza.
Llegaba a su clase, con la esperanza de encontrarla y cuando la veía, en su espléndida lozanía y observaba el desdén que ella le insinuaba, no podía menos que hacer lo mismo, aunque por dentro le mordían las ganas de hablarle y mirarla. Si tan sólo eso deseaba, sólo mirarla, en su serena belleza de ojos verdes intensos.
Se decía a sí mismo que esa mañana la invitaría a tomar un café y le tomaría sus manos suaves… pero pasaba el día y no podía vencer el temor, temor inexplicable y absurdo.
Las semanas pasaban y su ambigüedad le tenía muy mal. Sólo quería escapar. La invitación que su antiguo amigo de escuela le hizo, le reanimó y pensó que era tal vez la oportunidad de respirar otro aire y liberarse de la imagen torturante de Andrea. Tal vez podría reencontrarse como pareja con Ana, su mujer, a quien había desplazado concientemente de sus afanes diarios, y también de sus noches, con la excusa siempre fatua, de tener tanto que estudiar o preparar ese examen urgente o la monografía para la revista de la universidad que no había alcanzado a terminar.
Sin duda aprovecharía el feriado de Semana Santa, que le concedía tres días en el campo, donde su antiguo amigo.
Paralelamente, Andrea llevaba una vida monótona. Desde la repentina muerte de su marido, hace ya lejanos dos años, poco a poco se superaba, había retomado los estudios y concluirlos era su meta. Conservaba la imagen de Ernesto, “su” Ernesto, en su corazón y su mente, grabada a fuego. Desde que se conocieron, en un salón de Chat, y hasta el momento en que se citaron por primera vez, en casa de sus padres, y comprendieron que el fuego y la pasión estaba en ellos, vivieron felices y muy intensamente, entregados a una luna de miel inacabable, plena de gozo, pero que duró sólo seis meses, interrumpidos fatalmente por el accidente de su moto, en plena carretera. Desde allí, el superar el dolor fue lento. Se refugió en su casa y leyó, leyó, y leyó cuanto llegó a sus manos.
Bastaba un pequeño contratiempo, desde esa vez, para exasperarla y herir su autoestima. Así había llegado al primer día de clases. Y de qué manera peor podía empezar. El cruzarse con el profesor la tenía mal.
Algo que normalmente le habría ocupado un par de horas a lo sumo, se había convertido en un incidente duradero. Era casi como un reto personal desafiar al profesor y se había propuesto que nunca más lo consideraría. Ni siquiera lo miraría. Lo castigaría con la indiferencia.
Pero sin darse cuenta, esa actitud la mantenía pensando en ese hombre.
Al llegar a la clase, pensaba en verlo, para hacerle sentir su desprecio. Y siempre sentía sus miradas, se daba cuenta que le observaba sus piernas, las que descuidaba al sentarse, como en un juego perverso. Y luego lo ignoraba, como si no existiera. Pero ese duelo la tenía agotada y hastiada.
Se daba cuenta, con inquietud, que junto a la imagen de su marido, ahora aparecía la de ese sujeto de mirada inquisidora.
-Si, lo único que ahora quiero es descansar de tanto ajetreo, arrancarme por un tiempo, me iré por unos días al campo, aprovechando las festividades de Semana Santa -le comentó a Diana, su única amiga, mientras tomaban un café, entre horas- en esta época es muy bueno estar allá. Mis tíos tienen una hacienda y siempre me han invitado unos días. Desde que quedé viuda que no he vuelto, y obviamente, esta vez no voy a desperdiciar ni un minuto.
(Continuará...)
2 comentarios:
ERES UN SOL HICISTE QUE ME ACORDARA DE ALGO EN UNA PARTE DE LA HISTORIA MUACKS
ME ENCANTA
Que bien resumido ,,,me gusta la historia,,,la verdad no la reconozco!!!
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